Cuenta la leyenda que el primero al que Lendoiro comunicó que Irureta sería entrenador del Deportivo fue a un gran amigo que estaba ingresado en el hospital, dueño de una cafetería que el presidente frecuentaba, y que llevaba años diciéndole que fichase al vasco, pues Jabo era el hombre tranquilo destinado a llevar al club hacia a conquistar nuevos territorios, a dar el gran paso hacia la élite nacional e internacional. Su amigo ‘resucitó’ con aquella noticia. Lo mismo hizo el Dépor de la mano del irundarra. Bajo su sempiterna visera, Jabo tenía un plan. Y lo aplicó de inmediato: tomó un equipo con un vestuario organizado en reinos de taifas que no había sido capaz de clasificarse para la Intertoto y apenas dos años después lo convirtió en campeón de Liga. Después aún llegarían tres títulos más, entre ellos aquel memorable Centenariazo, y noches de gloria en la Champions, pero su obra cumbre fue la que culminó el 19 de mayo de 2000.
Jabo cayó bien de entrada en A Coruña porque venía de donde venía. Había metido al Celta en la UEFA pero el conjunto vigués no mostró tantas ganas de renovarle como Lendoiro de ficharlo. “Mi modelo es Arsenio Iglesias”, dijo a su llegada, consciente de cómo agradar a la parroquia riazoreña. Irureta, como el de Arteixo, era uno de esos técnicos que arman el equipo de atrás hacia delante y se ganan por ello etiqueta de conservadores. Sus maneras ya las conocíamos en los lares coruñeses. Su peleón Sestao, un modesto muy organizado, había ganado (0-1) en 1988 en Riazor con gol de Albístegui. Su ultradefensivo Racing de Santander había sido derrotado (1-0) en ese mismo escenario en 1993 gracias a un golazo de falta de Bebeto en el minuto 89. Tras el equipo cántabro se fue a su Athletic de Bilbao, y por el Bocho se extendió un chiste:
—Papá, papá, en el colegio me llaman Irureta.
—¿Y tú que haces, hijo?
—Defenderme.
Y también se sabía por A Coruña de su rocoso a la vez que vistosísimo Celta, el de Míchel Salgado, los rusos, Mazinho y Penev, que le había birlado al Dépor cinco puntos en la 98-99.
Irureta llegó y se instaló en un hotel, lo que le concedía a su estancia un aire de provisionalidad que pronto se disipó. Con el María Pita como base de operaciones, cuidaba de mente (muy religioso, rezaba a menudo en Salesianos) y cuerpo (una o dos horas diarias de caminata por el Paseo Marítimo, que tenía bajo su ventana). Como enlace con los jugadores eligió a Melo, compañero de once en aquel Atlético de Madrid que el 20 de mayo de 1973 había ganado la Liga frente a un Dépor que justo ese día inició su ‘longa noite de pedra’.
A su llegada, en el verano de 1998-1999, se encontró varios frentes abiertos. El vestuario estaba fracturado. El Dépor tenía en plantilla a 16 extranjeros, entonces algo extraordinario, y se organizaba en capillas: básicamente, los francohablantes, los brasileños y Fran, y el resto de españoles. “El papel de un entrenador es lograr la armonía en un grupo en el que hay intereses unipersonales”, me ilustró una vez. Aquella primera campaña tomó decisiones en esa línea que, con el tiempo, se volvieron fundamentales para poder campeonar a la siguiente. Unir más al grupo fue una de ellas, pero no menos importante que devolver la capitanía a Fran o apostar por Romero en lugar de Bonnissel, al que la afición prefería, en el lateral izquierdo.
La dinámica deportiva que se encontró no era buena: la campaña anterior, el equipo se había recuperado tras haber caído en puestos de promoción pero no le había dado ni para entrar en la Intertoto. En lo futbolístico, Scaloni había advertido la temporada anterior un defecto que Jabo empezó a corregir: por el peso de Fran, y el que había tenido Rivaldo, el equipo tenía una querencia a atacar por la izquierda que lo convertía en previsible.
Cuando las primeras grandes críticas arreciaron, despejó dudas con su actitud en unos días para el recuerdo. El equipo tenía muchas bajas y se le ocurrió la genialidad de pedir el aplazamiento de un derbi copero ante el Celta. Sabía que la Federación diría que no, pero así se presentaría como víctima en Balaídos ante el llamado “Eurocelta”. Fue una jugada maestra: con un once plagado de suplentes en el que José Ramón hizo su último servicio al deportivismo, el conjunto coruñés ganó por un valioso 0-1 con gol de un Turu Flores que desde aquel partido se especializó en amargar al eterno rival.
El Dépor acabó sexto en la Liga, justo detrás del Celta, y logró una plaza en la Copa de la UEFA. Pero la sensación que quedó es que ese equipo tenía más que lo que ofrecía en el campo. Los jugadores cuestionaban su conservadurismo. En una ocasión, en un aeropuerto militar, Turu se me acercó discretamente:
—Tú que sabes de historia. ¿Irureta, cuando jugaba era defensa, no?
—No, no, era un mediocampista con mucha llegada.
—No puede ser, no puede ser.
Y corrió a contárselo a otros compañeros, que tampoco daban crédito.
La temporada siguiente nadie hablaba de Liga en verano. Irureta echaba el freno a la mínima insinuación sobre ello, y, con su característica querencia quejica, lamentaba en privado que Lendoiro le había traído a dos jugadores del descendido Tenerife. Se refería a Jokanovic y Makaay, que después convirtió en titularísimos. En una maniobra a lo Aldana, el presidente deportivista incorporó también al canterano madridista Víctor, que venía de brillar en el Racing de Santander, que, como Jabo precisaría, tampoco era precisamente el Milan de Sacchi. También fue uno de sus fijos. Empleando como base los pilares del ejercicio anterior, elevando a Manuel Pablo a la titularidad indiscutible y añadiendo a estos tres nuevos, Jabo construyó un campeón de Liga. Su aportación táctica aquella temporada fue el ‘trivote’, que no deja de ser extender hormigón armado en el centro del campo, como la selección de Brasil campeona del mundo en 1994.
El éxito se cimentó en una extraordinaria racha de siete partidos seguidos entre la jornada 10 y la 16. En una competición muy igualada, esos 21 puntos fueron un colchón muy mullido. Logró alcanzar la meta soñada en un clima de desconfianza generalizada por parte de la afición (“a mí, que me quiera mi familia”, me llegó a decir en una entrevista), que tenía la mosca tras la oreja por el pésimo rendimiento fuera de casa en la segunda vuelta (un empate y una victoria). Muy amigo de los cálculos, Jabo lanzó a finales de febrero un pronóstico tranquilizador que se reveló como certero: “Con 71 puntos este año seremos campeones”. Al final el equipo hizo 69, pero le habrían bastado 65.
Más allá de los números y de sus tics tácticos, Javier Irureta era una buena persona que sabía estar, y, pasado un cuarto de siglo, así le recordamos todos menos, probablemente, Djalminha.
Lo demostró aquel 19 de mayo de 2000, cuando su primer recuerdo en la sala de prensa fue para los se habían quedado a solo once metros de la Liga seis años atrás: “Hemos liquidado la afrenta que el fútbol español tenía con el Deportivo”, dijo antes de recordar a Arsenio Iglesias, “todo un ejemplo de sencillez y honestidad”.