Empinadas cuestas de adoquín, fanáticos apiñados en las cunetas y una mezcla de olores: abono, cerveza, patatas fritas...Todo eso era la Ronde van Vlaanderen (Vuelta a Flandes, para entendernos mejor), fiesta nacional flamenca y segundo monumento ciclista que se celebra el primer domingo de abril desde 1913. Sólo se detuvo cuatro años por la Gran Guerra hasta que llegó la pandemia.
El maldito covid desplazó la última edición al mes de octubre. Hoy vuelve a su ubicación original, pero los ciclistas estarán prácticamente solos. O casi, porque algún aficionado se las ingeniará para colarse con su bandera flamenca (la del León negro sobre fondo amarillo) en los puntos calientes del recorrido, un trazado que la organización no ha desvelado, aunque todo el mundo en Flandes se lo conoce de memoria.
Muro sólo hay uno
En el menú faltará de nuevo el Muur, el único e inimitable Muro (así, con mayúsculas), el de la capilla, de Geraardsbergen o Grammont. Guarda casi tantos nombres como imágenes icónicas en la historia de la carrera, pero en 2012 perdió importancia cuando la meta se trasladó a Oudenaarde.
De la salida en Amberes hasta la llegada hay 80 kilómetros por la carretera principal, pero la organización elige rutas secundarias, plagadas de ‘bergs’ (montañas en el idioma local, aunque no dejan de ser pequeñas lomas), estrechos caminos ideados hace siglos para los carros, hace años ya sustituidos por los tractores.
Muro sólo hay uno, pero en los 254km de la Vuelta a Flandes hay 19 ‘bergs’, que en realidad son 16 porque el Oude Kwaremont se repite tres veces y el Paterberg otras dos. Sobre un adoquín irregular y resbaladizo y con pendientes diabólicas, forman un encadenado crucial en la parte decisiva del recorrido.
El primero y más antiguo, que se incluyo por vez primera en el recorrido en 1974, consta de 2,1km al 4,1% de pendiente media y con rampas que alcanzan el 12%. El segundo, mucho más nuevo y con una leyenda de falsa de odios vecinales, apareció en 1987 con sólo 360m de subida al 11,7% y sectores que rozan el 20%. Koppenberg, Taaienberg o Kruisberg son otros tramos marcados en rojo por los favoritos.
Los tres mosqueteros
Mathieu van der Poel, que el año pasado ganó en Flandes su primer monumento, y Wout Van Aert, segundo en un apretado esprint ante su archienemigo del ciclocrós y la carretera, serán otra vez los hombres más vigilados. El tercero en discordia es Julian Alaphilippe, que marchaba con ellos cuando se dio de bruces contra una moto.
El campeón del mundo lidera al Deceuninck-Quick Step, súper equipo belga que domina como ninguno las clásicas de pavés. La fuerza del ‘Wolfpack’ (manada, así se hacen llamar) reside en el bloque. Y así lo demostraron en Harelbeke, una de las citas previas a Flandes: aislaron a Van der Poel para ganar con un secundario, Kasper Asgreen.
Greg Van Avermaet, Oliver Naesen, Jasper Stuyven, Mads Pedersen, Peter Sagan, Sep Vanmarcke, Tiesj Benoot, Alexander Kristoff, Matteo Trentin, Stefan Küng, Dylan van Baarle o el asturiano Iván García Cortina, por citar algunos nombres de una larga e incierta lista de aspirantes, tratarán de aprovechar el marcaje entre los tres mosqueteros.
Sin el calor de la afición ni el color de las banderas, siempre nos quedará el ciclismo. Y en Flandes es casi una religión. Silencio, se rueda.