Leo Messi está enfadado y no ha acudido a la gala de la Liga de Fútbol Profesional (LFP), en la que se homenajeaba a algunos jugadores y entrenadores que forman parte de la historia del fútbol español. Miguel Muñoz, Luis Aragonés, Ramallets, Zarra, Zubizarreta, Raúl o Abel fueron varios de los que recibieron el reconocimiento de los asistentes y de muchos de los que no pudieron estar presentes. Y también estaba invitado Messi, pero su enfado –que ya dura más de una semana- le impidió dar la cara abiertamente.
Tebas ha salido rápidamente en su defensa para justificar su ausencia porque está triste. Al fin y al cabo, dice el mandamás, “se trata de fútbol y un triunfo que no hayas podido conseguir esta temporada lo puedes lograr la próxima”.
Pero se conoce que el argentino no está acostumbrado a que se le lleve la contraria, ni dentro ni fuera del terreno de juego. Dentro le gusta que todos jueguen para él –un periodista catalán “dixit”-, y no sacrificarse en defensa para estar fresco cuando el equipo recupere la pelota. Seguramente, con Irureta hubiera ido al banquillo porque no bajaba con su par (según sus propias palabras a Djalminha). Y fuera le agrada que le hagan caso en sus opiniones, cosa que según el entorno barcelonista viene ocurriendo ya las últimas temporadas de manera exagerada.
Tras el resultado adverso de Liverpool todas son críticas, y Messi no está acostumbrado a ellas. Él era el que más quería esta Champions, pero el deporte tiene estas cosas y se cruzó por delante un equipo mejor en los dos partidos de la eliminatoria. Habrá que bajar la persiana y pensar en la siguiente competición.
Y para el argentino se presenta ya la próxima semana la final de la Copa del Rey, partido ante el que la mayoría coincide que el Barcelona lo afronta con la moral por los suelos. Pero es que para Messi no se acaba la temporada ahí, porque tiene la Copa América este verano –desde mediados de junio a mediados de julio-, en la que optará a una nueva oportunidad de ganar algún título con la selección de Argentina (ya con 32 añitos recién cumplidos). Difícil lo va a tener porque, entre otras cosas, la competición se celebra en Brasil y la Argentina actual es la peor de las últimas décadas.
Por otra parte, Messi ha recibido la cruz de San Jordi, que otorga la Generalidad de Cataluña. Un portavoz suyo inmediatamente se encargó de proclamar a los cuatro vientos que ahí sí que iría, pese a su tristeza. Había sido propuesto por el propio Barcelona, o sea, yo me guiso y yo me lo como. Los méritos, como reza el comunicado oficial, son por “su fabulosa trayectoria deportiva, que lo ha llevado a ser el mejor futbolista de todos los tiempos”. Y, por si fuera poco, añade que el argentino encarna unos atributos sociales tan primordiales como “la humildad, la honestidad, el aprendizaje, la creatividad, el sentido de equipo y el respeto”. Por cierto que alguna de estas cualidades que la Generalidad le otorga al futbolista han sido puestas en duda en las últimas horas por varios sectores deportivos del país. Y otras, más importantes, directamente no las nombra, como la relación del futbolista argentino con diferentes obras benéficas o con Unicef, con las que siempre ha colaborado de buena gana, por no incluir la fundación que lleva su nombre.
Messi ha conseguido en el Barcelona diez títulos de Liga y cuatro Copas de Europa. Ha marcado más de setecientos goles en su carrera profesional, pero todavía siente clavada esa espinita debido a la cual se le cuestiona como el posible mejor jugador de la historia del fútbol. Conforme pasa el tiempo y cumple años resulta más difícil cualquier objetivo y ese es el principal obstáculo del gran jugador argentino, que tiene hasta 2022 para dar un vuelco final a la historia.