No hay líder más reconocible en el actual Atlético de Madrid que Diego Simeone, que dirige el asalto del conjunto rojiblanco a los cuartos de final de la Liga de Campeones tres años después en Anfield, un estadio legendario, que intimida tanto o más que su equipo local, el Liverpool, y al que llega con una ventaja mínima (1-0) del Metropolitano; aún sólo media hazaña, a la que le queda la parte más compleja.
El desafío todavía es gigantesco para el Atlético y para su técnico, al que se dirigen todas las miradas: ¿Cuál será la propuesta? ¿Qué once alineará? ¿Habrá sorpresa en la alineación? ¿Morata o Diego Costa? ¿Marcos Llorente o Correa? ¿Presión alta o repliegue intensivo? ¿Salida potente o a la expectativa? En Turín, hace un año, fue un equipo irreconocible, que cayó por 3-0. En Múnich, en 2016, resurgió para alcanzar la final con una derrota por 2-1 ante el Bayern. En Londres, en 2014, goleó 1-3 para llegar al duelo decisivo de la competición.
Hay ejemplos suficientes para pensar en el éxito. También, el más reciente, para el fiasco o el aprendizaje de un equipo que ha cambiado mucho desde entonces a ahora y que ya demostró su capacidad para doblegar a cualquiera en el duelo de ida en el Wanda Metropolitano: un 1-0 y una rebelión feroz contra los pronósticos por la que el Atlético vuelve a creer en que todo es posible frente al actual campeón de Europa, aunque la vuelta amplifica el reto hasta límites desconocidos.
Necesita gol el Atlético. “Tenemos que intentar marcar”, decía Saúl Ñíguez en la víspera. Un tanto dispara las posibilidades del equipo, porque exige tres de su adversario.