La casualidad hizo que en el Abanca Riazor se viese una victoria al inicio y al final de la primera vuelta.
Hubo que esperar 19 jornadas para volver a sumar de tres, en un partido loco en el que el Deportivo batió al Tenerife, un rival directo, y vuelve a creer en el milagro.
Un partido en el que los blanquiazules se pusieron por delante en el marcador, tras fallar un penalti, algo que hacía muchas jornadas que no ocurría. Los locales firmaban una primera parte notable, a pesar del delicado estado del césped que, pese a todo, aguantó bastante el chaparrón.
Pero en la segunda parte llegaban los nervios, el miedo a perder, el ver de cerca la victoria y con cada paso atrás de los herculinos daban dos los chicharreros, que acechaban con varias ocasiones, frustadas por un incomensurable Dani Giménez. Al final, de tanto ir el cántaro a la fuente este se rompía. Penalti señalado por el VAR, pero claro incluso sin el videoarbitraje.
Una mano de Montero y un Suso Santana que no perdonaba en su partido 301 con el Tenerife. Ya se mascaba la tragedia, de nuevo los viejos fantasmas de la Navidad que está por llegar. Con el temor de ver escapar el punto del empate, pero la pena de no haber logrado los tres, el partido se iba al tiempo añadido, cinco minutos en los que el Tenerife parecía estar cerca del segundo tanto.
Pero, cosas del destino o del sino de un Deportivo acostumbrado a dejar a sus aficionados al borde de la taquicardia. De nuevo, casi con el pitido final, como en la primera jornada ante el Real Oviedo, llegaba el gol del triunfo.
Esta vez tras un saque de esquina, tras el que Peru marcaba de cabeza y hacía estallar a Riazor. Un tanto agónico y la imagen de jugadores como Mollejo y Lampropoulos, que lloraban tras la tensión acumulada. Un grito unánime “Sí, se puede” y el equipo regresando para despedirse de la grada.