Se retira Rafa Nadal y nos empapan con obituarios de su excepcional carrera deportiva, sin discusión alguna la más elevada de un deportista español. Entregarse a su ejemplo y su legado es tan obvio que hasta, desde nuestro corazón blanquiazul, podemos olvidar como aquel día en Son Moix iba en sentido contrario cuando el deportivismo se despeñaba por el precipicio de una de sus derrotas más tristes. Al fin y al cabo aunque mallorquín, el mito de Manacor pertenece a la parte más blanca de la isla.
Nadal dice adiós y en este instante es justo reparar en el modelo que nos deja, el del talento cincelado a base de un descomunal esfuerzo, un valor que no en pocas ocasiones distorsionó sus capacidades. Nadal siempre ha sido un fenómeno, pero semejaba que no le acompañaba la seda de tantos maestros del tenis, por ejemplo la de su gran antagonista, el excelso Roger Federer. Nada más falso que esa apreciación. Nadal fue un excelente jugador de tenis en un sinfín de registros. Ocurre que a todos ellos añadió una capacidad agonística que no parecía tener límite. Con los años perdurarán como ejemplares sus acciones más celebradas sobre una cancha. Casi todas eran iguales: el tipo danzaba de un lado a otro de la pista en persecución de bolas a las que nadie hubiese llegado, enlazaba un milagro tras otro hasta que de pronto cazaba el inverosímil golpe ganador. Lo acompañaba de una inusitada fiereza en la celebración, que además jamás hacia de menos ni a rival ni a graderío. Nunca perdió el control, jamás destrozó una raqueta. Ese es Nadal.
Llevemos ahora su arquetipo no sólo al tenis sino a otras disciplinas deportivas, Y por qué no a la vida en general. Reparemos en el talentoso, en el randa que hace lo justo para sacar adelante su trabajo a pesar de que sabe que puede (y debe) dar más, en el tipo que no se esfuerza para ser cada vez mejor, en el que, en definitiva, se maneja sin pasión en aquello que hace. ¿Cuántas de esas personas conoce o, lo que es peor, le rodean? Y al contrario: ¿cuántos Nadales se encuentra en su día a día? Sí, esos que no tienen la muñeca de Federer para epatarnos sin aparente esfuerzo, personas entregadas que potencian sus cualidades en aquellas labores que encaran y jamás escatiman sudor.
Importa la vocación, desde luego. Nadal se dedicaba a algo que, quiero y debo suponer, le encantaba. Pero jamás se dejó llevar. ¿Cuántos profesionales talentosos culminan sus carreras profesionales incapaces de haber ordenar físico y mente para multiplicar sus aptitudes? ¿Cuántos se dejan empujar por los obstáculos que nos pone el día a día para abrazar el abandono y el desaliño? El gran legado de Nadal, su paradigma, debería de ser ese: hacernos entender que la voluntad debe ir alineada a la capacidad para hacernos mejores en cualquier ámbito de la vida. Se retira un deportista ejemplar y un ejemplo para las personas.