El deporte español vive en la actualidad los mejores años de su historia, con éxitos en disciplinas individuales y colectivas que le permiten estar en la vanguardia mundial.
El esfuerzo y sacrifico de muchos de nuestros representantes han posibilitado conseguir unos hitos que hace unos años se veían imposibles de alcanzar. Buena parte de lo logrado se debe a la dedicación y genética de estos supercampeones, que se han visto beneficiados de la existencia de todo tipo de instalaciones construidas por la administración con la intención de fomentar hábitos saludables para la ciudadanía y así reducir los riesgos de padecer enfermedades. Tampoco se puede obviar el apoyo de las empresas, desde las que se incentiva esta práctica deportiva que está destinada a todas las edades.
Gracias a esta colaboración entre lo público y lo privado, jóvenes y mayores se calzan todos los días un par de zapatillas para tratar de emular a unos ídolos que con sus hazañas aumentan la admiración de sus contemporáneos. Muestra de ello sucedió el pasado viernes en la ceremonia de inauguración de los Juegos de París. A muchos les embargó un sentimiento de emoción, orgullo, satisfacción... (ponga lo que considere) el poder ver por la pequeña pantalla a Rafa Nadal portar la antorcha en uno de los últimos relevos antes de que la atleta Marie-José Perec y el judoca Teddy Rinner encendiesen el pebetero.
O, como diría el recordado Johan Cruyff en un castellano más macarrónico, a más de uno se le puso ‘la gallina en piel’.