Hace ya unos años (el presidente del Deportivo se llamaba Augusto César Lendoiro) me compré un ordenador portátil, plateado, con su manzanita. No salió malo. Murió el pasado sábado durante la final de la Champions, quizás no quería que su teclado sirviese para cantar las glorias de Luis Enrique. El aparato ya tenía achaques, pero ahí se quedó. Ni arranca ni, lo que es peor, hay manera de acceder al contenido de su disco duro. Así que aquí estoy: tratando de hacer mi vida sin echar de menos algunos de esos valiosos archivos que hasta hace unos días eran esenciales en mi día a día. Algo de eso pasa con el fútbol. Nos encariñamos de jugadores que parecen imprescindibles en nuestro equipo. Se van y vienen otros. Y la vida, y el Deportivo, sigue.
El disco duro blanquiazul tiene unos cuantos archivos prescindibles. Algunos de ellos son temporales, otros pesan lo suyo aunque con un click descubres que en realidad son livianos. Hay también archivos que parecen esenciales, que necesitan varios filtros y permisos para laminarlos. Tampoco viene mal un buen formateo a tiempo para prolongar la vida del aparello.
Examinemos el contenido del ordenador deportivista. Con 30 archivos tenemos el disco duro petado. ¡Qué tiempos aquellos en los que cabía todo! El informático era un ñapas y se las arreglaba para que aquello no explotase. Parece, además, que pronto llegará un software belga que también necesita espacio. Tengo a la vista mientras hilo este texto un icono bajo el que está escrito “papelera de reciclaje” y una pequeña ventana con el plantel del jugadores del Dépor. ¿Cuántos debería arrastrar?