OPINIÓN | X (Twitter)
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Gracias a twitter me odia media ciudad, asegura una amiga que me conoció partiendo de esa premisa y ahora ha cambiado de bando. Obviaré detallar en cual se encuadra de los dos. Sobre twitter, o X, se ha hecho bastante literatura, así que contribuiré al relato con unas pocas líneas más. La primera vez que sentí que estábamos ante una herramienta del diablo fue una tarde de verano en el Orzán. Hace ya tiempo, yo tenía una Blackberry. Y la tenía configurada, o más bien no la tenía configurada, de tal manera que cada vez que entraba una notificación en aquella emergente red de intercambio de impresiones (entonces los haters no habían llegado) la Blackberry vibraba. El caso es que yo estaba espatarrado en la toalla y aquello no paraba de danzar. Pasé del asunto, me di un paseo, volví y me encontré con una salvajada de notificaciones: en media hora había ganado como 500 seguidores. 


Ocurrió que Santi Segurola, exjefe de deportes de El País y pope periodístico de mi generación, había regresado a la red tras una leve abstinencia. “Vuelvo a twitter solo para seguir a @jlcudeiro”, había escrito. O algo así. Y allí tenía a una tropa de seguidores dispuestos a que de mi pajarito azul saliese algo a la altura de tan ilustre prescriptor. Traté de estar a la altura, pero entre que hay gente con la piel muy fina y que la ironía y el sarcasmo son dos grandes reactivos para detectar idiotas (el calificativo no es mío, es de Umberto Eco en referencia a la red de marras) acabe rodeado de ellos. Pasó el tiempo, Segurola dijo aquella mítica frase de que twitter era un bar de borrachos y se largó de la red social. Una vez más fue muy por delante de los demás.


Ya hace tiempo que me cansé de twitter. Quizás tiene que ver que ando bastante liado, pero si me pagasen por trajinar en la susodicha  red sospecho que el aburrimiento acabaría conmigo. Nada sobre lo que ahí se litiga me despierta interés. De hecho ya no se litiga: se trata de un entorno que ha evolucionado a mero centro de colocación, cuando no imposición, de mensajes y opiniones. Así me la tomo, como un distribuidor de noticias. 


Desde hace cuatro días este diario no tiene operativa su cuenta de twitter. No fue una elección nuestra. Y tanto que no lo fue que esperamos que en breve esté de nuevo operativa. Pero lo que ha ocurrido desde esa ausencia que alguno identificó como el inicio de una hecatombe sorprenderá a más de uno. No al experto periodista responsable de un medio de comunicación con el que compartí mi disgusto el pasado viernes. “No te preocupes”, me calmó. Siempre, siempre, me he movido en el mundo del periodismo escuchando a quienes tienen más experiencia que yo. Los busco y los necesito de tal manera y me parece tan básico que no dejo de recomendárselo a quienes son más jóvenes que yo. Aunque a veces no les quede más remedio que escucharme a mí. El caso es que mi interlocutor me enseñó las estadísticas del medio que dirige y lo vi en directo: desde las redes sociales (todas, no sólo la del pajarito) le llega cada día en torno al 5% del tráfico total que accede a su edición digital. “No lo vas a notar tanto”, me dijo. Y me dio, otra vez, una lección.   


Ojalá esos señores o señoras anónimas a las que tratamos de dirigirnos para solucionar esta incidencia resuelvan cuanto antes la situación y este medio pueda volver a difundir sus informaciones a través de la red social antes conocida como twitter. Que el lector que no lee puede hacer scroll infinito, mirar de soslayo nuestros titulares y pensar que así ya está informado. Es su elección y queremos estar ahí. También tratamos de ofrecer algo más, una lectura profunda y detallada sobre asuntos relativos al deporte. Todos caben en nuestro interés por informar. 


Muy poca gente de la que accede a la edición digital de DXT Campeón ha dejado de leernos en las últimas horas por no estar en twitter, red social en la que hace unos meses dejaron de publicar medios como The Guardian o La Vanguardia. Quizás sea difícil de asimilar para muchos que han convertido esta red en un modo de vida, enganchados a una conversación y un relato mucho más marginal de lo que parece y al que durante demasiado tiempo se le ha dado un valor de representatividad que no tenía. 


Así que me quedo más tranquilo. Tenía una leve sospecha de que no era para tanto porque voy por la calle y nadie me mira, pero es muy evidente que no me odia media ciudad y, sobre todo, que no hay tanto idiota como parece,  aunque a veces los agraciados se empeñen en hacerse notar. Sólo ocurre que nos fijamos más en su fulgor que en lo mucho que luce tanta buena gente como la que nos rodea en el estadio, en los bares, en la vida.

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