OPINIÓN | ... hasta que toque ser mejor que Gilsanz
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OPINIÓN | ... hasta que toque ser mejor que Gilsanz

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Hace unos años, después de pasar la enésima ronda de la enésima competición que se disputa durante las temporadas del fútbol inglés, Pep Guardiola reflexionaba sobre la importancia de elevar el listón de la exigencia en el día a día. Mejorar los pequeños detalles para tratar de ganar cada encuentro y dejar para el final las batallas más glamurosas como esa siempre reclamada Champions League. El técnico catalán sabía que su cometido en el Manchester City era mucho más profundo que conquistar la máxima gloria continental. Se trataba de establecer el suelo del club lo más arriba posible y lo hizo lanzando una advertencia que resume ese legado: los próximos entrenadores que se sienten en ese banquillo sabrán que no vale con desechar la competición. Ninguna competición. Sabía bien el catalán que, además, es poco probable conseguir lo segundo sin entender antes lo primero.


Gilsanz entendió su cometido a la perfección. Después de comer barro durante cuatro años, eran multitud en el Dépor los que pensaban que completar un doble ascenso suponía poco más que un paseo por la arena de Riazor. Más allá de lo fuera de la realidad que hay que estar para comprar, y vender, ese relato con una plantilla cuyos puntales apenas juntaban un puñado de kilómetros en el fútbol profesional, las primeras piedras para construir esos castillos en el aire amenazaban con derrumbarse antes de levantar el muro inicial por la falta de cimientos y de un suelo en el que poner los pies.


El técnico betanceiro consiguió, con las herramientas que le dejaron y sorteando numerosas trabas a lo largo del curso, una máquina fiable en cuanto a resultados y con un juego bastante más vistoso de lo que los prejuicios permiten reconocer a muchos. Cinco derrotas en los 26 encuentros en los que el Deportivo peleaba por algo real como la permanencia, incluida una racha de nueve jornadas sin caer. 43 puntos o, lo que es lo mismo, 1,7 por partido, lo que daría para alcanzar los 69 con los que el Almería está hoy compitiendo por subir en el playoff. La competitividad extrema como rutina.


Es lícito que en el Deportivo piensen que puede aspirar a algo más que Óscar Gilsanz. Contradictorio en un proyecto que canta a los cuatro vientos que tiene a la cantera como razón de ser. Pero lícito. Seguro que el mercado ofrece muchas y variadas opciones para esa apuesta de máximos que el club blanquiazul tiene en mente. Pero al mismo tiempo será importante que tanto los que eligen, como el elegido, tengan también en cuenta lo mínimo que el que hasta ahora se sentaba en el banquillo ponía sobre la mesa y lo llevaba poniendo día a día desde que en 2020 asumió el cargo de entrenador del Juvenil. 


Será esa fiabilidad, bien un sábado de noviembre en Cádiz o una tarde de domingo en febrero recibiendo al Almería, lo primero que tendrá que conseguir el nuevo técnico. Competir en cualquier escenario y ante cualquier rival. Porque, citando a alguien que escribió en esta misma tribuna hace unos meses, parece que todos los entrenadores del mercado a los que puede aspirar ahora mismo el Deportivo son mejores que Gilsanz. Veremos si lo siguen siendo cuando toque ser mejor que Gilsanz.

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