Mucho nos gusta a los deportivistas presumir del tema de la piña. Y no es para menos. La unión que hubo en el vestuario desde aquel fatídico 3-0 de Irún del año pasado fue uno de los artífices de todos los buenos resultados que vinieron después. Y si lo de la piña es algo que nos llena de orgullo y satisfacción, no es menos cierto que también nos hace recordar que hace menos de una década era todo lo contrario. Que más que un vestuario teníamos un polvorín a punto de estallar. Y estalló.
En la temporada 2015-16, que muchos aún tenemos muy fresca en la memoria, Víctor Sánchez del Amo inició el curso después de la milagrosa salvación en el Nou Camp. Y, tras una excelente primera vuelta con otro empate en el feudo blaugrana incluido, tuvimos una segunda vuelta horrible, con apenas 15 puntos y con un 0-8 indigno ante el Barça en Riazor con una indolencia y pasotismo de los jugadores intolerable. Al poco se destapó todo en ruedas de prensa: Luisinho contra Víctor, el representante del primero que se mete enmedio, pelea entre Luisinho y Arribas, otra bronca entre Lucas y Oriol Riera, acusaciones de Víctor contra Lopo… y los aficionados deseando que acabara una temporada que había empezado muy bien pero que terminó como el rosario de la aurora y salvados por los pelos.
No era la primera vez que el Deportivo tenía ese mal rollo en el vestuario. Ya en la temporada 1997-1998, la que algunos llamaron “annus horribilis”, el vestuario se componía del clan de los marroquíes, del de los brasileños, del de los argentinos, del de los españoles y yo creo que había hasta uno de los países no alineados. Tanto era así que hasta Mauro Silva llegó a contar en una entrevista radiofónica que “sólo faltaba que nos liáramos a puñetazos”. Otro vestuario roto.
Gaizka Garitano llegó al Deportivo en el verano de 2016 con esa característica, la de ser un gestor de vestuarios. La verdad es que tampoco sé muy bien si en su carrera como entrenador había tenido alguna patata caliente que resolver que le hiciera merecedor de ese calificativo, pero el caso es que se le contrató para eso, para sofocar rebeliones y, por supuesto, para seguir creciendo en Primera División. Y no lo tuvo fácil, ya que, además de que algunos de esos jugadores seguían en plantilla, ese año le trajeron, entre otros, a gente como Albentosa, Çolak o Andone, que de carácter también iban bien servidos. El problema es que, una vez más, los resultados no acompañaron. Algún buen resultado como el 5-1 a la Real Sociedad, algún chispazo de Babel antes de que se fuera en diciembre y poco más. Es posible que tuviéramos una plantilla bastante discreta pero muy sobrevalorada, pero lo cierto es que en cuanto pillamos una racha de malos resultados con derrotas seguidas solo faltaba que la trituradora de entrenadores que teníamos apareciera en algún momento. Y claro, un 4-0 en Leganés fue motivo más que suficiente para echarle.
Casi diez años después presumimos de piña. Es posible que la circunstancia de que estemos en Segunda y vengamos de cuatro años en Primera RFEF haga que los futbolistas que tenemos actualmente sean gente mucho más sencilla y humilde. Ninguno es internacional absoluto por su país, como nos sucedía en 1997, que teníamos un montón de egos en el vestuario, pero tampoco teníamos tantas estrellas en 2016 y aquello era un horror de vestuario. Ahora tenemos un grupo sensacional y nada me agradaría más que vernos en Primera con un vestuario así.
Por lo demás, bienvenido Garitano. A mí me pareces un buen tipo, la verdad.