Hace unos días, el Deportivo llegó a ese punto de no retorno de todos los veranos. Ese esperado momento por todos los aficionados en el que el club blanquiazul lanza su campaña de abonos y que siempre recorre el mismo camino en lo que se refiere a la reacción de sus fieles: enfado, negación, resignación… y renovación.
Me preguntaban el otro día cuál era mi opinión sobre el particular. O, lo que es lo mismo, qué me parecía la subida del precio de los carnés. El dinero sigue siendo la respuesta a la gran mayoría de las preguntas del universo. Y lo cierto es que no sé muy bien qué opinar. Me gustaría ver que el club le devuelve al deportivismo en forma de premio por estar siempre ahí. Pero al mismo tiempo no vivo ajeno a una sociedad actual que nos enseña, una y otra vez, que el ocio se paga. Y se paga además cada vez más caro. Sí, ya, el fútbol es más que eso. Quizá lo fue en algún momento, no lo sé. Pero desde luego no lo es ahora. Al menos todo para todos.
Más allá de lo que parece se encamina a una elitización de la masa social blanquiazul, especialmente de la que pretende acudir a Riazor cada fin de semana, lo que sí tengo más problemas para entender es la forma de exponer este momento tan ilusionante para algunos y tan delicado para otros. Y ahí sí que todos podemos coincidir en que al Deportivo le ha faltado tacto. Una campaña fría, con unos cuantos mensajes en redes sociales apoyados en gráficos que evocan más a un manual de instrucciones que un mensaje de agradecimiento preventivo a todos aquellos que han puesto, ponen y pondrán su dinero. Para ver los partidos del equipo, sí, pero también para que el propio club presuma como acostumbra de su impacto y repercusión allá por donde va.
Que al menos parezca que todos esos socios y socias importan. Una intervención pública, una cara amable, una explicación de los cómos y los porqués… No me parece demasiado pedir para una entidad que da la sensación de estar explorando los límites de la fidelidad de sus seguidores con cada decisión que toma. Claro que viendo cómo en apenas dos días de campaña ya se ha derribado la barrera de los 5.000 abonados, probablemente el que esté equivocado sea un servidor. Me sucede con frecuencia.
Lejano queda ya ese final de curso donde, con la permanencia en el bolsillo tras una meritoria temporada de regreso al fútbol profesional, la tensión podía cortarse en un Riazor que pasó de respirar aliviado por la salvación a pasar facturas contra todo y contra todos. Incluido el palco. Conviene no olvidarlo, en todo caso, porque no deja de sorprender que en el mejor momento del club en la última década —deportivo, institucional y económico— y un núcleo de futbolistas jóvenes e ilusionantes, el ambiente que rodea todo lo que tiene que ver con el Deportivo sea siempre de polvorín que está a una chispa de saltar por los aires.