En el ámbito económico, nada, absolutamente nada, puede crecer siempre. Tarde o temprano se viene abajo. O explota, que es lo que sucede con las burbujas. Las pompas de jabón no duran eternamente. El fútbol, en muchos casos, sigue esos derroteros. Por el camino sigue dejando cadáveres. Mala gestión, gastos excesivos, ingresos presupuestados que finalmente no llegan... Las últimas víctimas son el fútbol francés y el Vitesse, el equipo holandés del que Roy Makaay llegó al fútbol español, a aquel Tenerife que también no demasiados años después implosionó y acabó dando con sus huesos en Segunda División B. En la ciudad de Arnhem, donde levantaron el primer estadio con cubierta retráctil de Europa, lloran la cercana desaparición de una entidad con nada menos que 133 años de vida y que hace solo 8 conquistó su primera Eredivisie. Quizá sea un caso más que hace buena la frase que reza que “lo complicado no es llegar, sino mantenerse”.
Volviendo al fútbol francés, el español parece seguir un camino parecido porque el escenario televisivo está cambiando a marchas forzadas. Más allá de los Pirineos se habla de hecatombe, de cataclismo. La pelea entre la Federación gala y DAZN, poseedora de los derechos, compromete la supervivencia de numerosos clubes. Aquí el asunto no es que la productora se niegue a pagar lo estipulado, como ha sucedido en Francia. Aquí el tema es que cada vez se paga menos. La parte positiva es que cada vez tenemos más fútbol en abierto. Veremos más fútbol de manera gratuita, pero se supone que ello conllevará una menor calidad. Exactamente igual que en el bar, que con la caña no te ponen de pincho un Cinco Jotas. Quedar al margen del negocio supone una disminución del nivel, pero para los nostálgicos también es una vuelta a las raíces. A jugar con los de casa. A jugar por amor y orgullo, no por hacerse millonario.