EN este país que nos ha tocado vivir no acabamos de ver el lado bueno de las cosas. Parece que nos alegramos más de las desgracias ajenas que de los éxitos obtenidos. Algo parecido sucede al ver a otro pisar una monda de plátano y caerse. La risa es monumental, pero el percance ya no es tan divertido si uno lo sufre en su propia carne.
La irrupción de Carlos Alcaraz en el tenis mundial ha sido vertiginosa y con sólo diecinueve años ha alzado su primer Grand Slam y ya es el número uno de la ATP. Sin embargo algunos lo ven como una amenaza a Rafa Nadal.
Es algo triste forjar ridículas rivalidades con el interés de fomentar odiosas comparaciones. Me viene a la memoria el ansia de confrontar a otros deportistas de élite que coincidieron en el tiempo por los mismos objetivos. Los ejemplos son variados y por citar solamente a tres de ellos mencionaré a Severiano Ballesteros-José María Olazábal, Pedro Delgado-Miguel Induráin y Arancha Sánchez Vicario-Conchita Martínez. Uno u otro, nunca ambos. ¿Es incompatible disfrutar de dos genios? Pues ellos se lo pierden.