Coruxo, Guijuelo, Marino de Luanco, Zamora, Langreo, Tudelano, Calahorra, SD Logroñés, Talavera, Linares, Teruel... ¿Sigo? Se trata de un puñado de los rivales que el Dépor se encontró por el camino los cuatro años anteriores a regresar al fútbol profesional. Una primera campaña en la ‘C’ en la que, debido a la reconversión de la Segunda B en la Primera RFEF, los blanquiazules estuvieron más cerca de caer a la quinta categoría que de retornar al segundo escalón nacional. Una segunda temporada en la que el deportivismo derramó lágrimas en Riazor en el cruel desenlace de la final del playoff ante el Albacete. Un tercer curso de hastío en el que el rumbo se complicó desde el inicio, con la falta de confianza en Borja Jiménez, la mediocridad de Óscar Cano y aquella desastrosa vuelta de la semifinal del playoff en Castalia, después de que Rubén de la Barrera recondujera la marcha del equipo en las últimas jornadas. Y, por fin, un cuarto episodio que, pese a su irregular arranque, culminó con el adiós al barro. 144 partidos de liga después. Y todavía hay quien se cuestiona si era oportuno celebrar la permanencia en Segunda tras el 5-1 al Albacete.
No digo que tuviéramos que bañarnos en Cuatro Caminos, pero los triunfos deben festejarse siempre y mantenerse entre los 42 equipos que integran el fútbol profesional es un logro y el primer paso para intentar el salto a Primera el próximo curso. Lo sé, que si somos uno de los nueve campeones de Liga, los trofeos de Copa, las gestas de Champions, el 4-0 al Milan... Pero de aquella noche han transcurrido ya 21 años y del último partido en Primera RFEF, solo once meses.