Los recuerdos de hace un cuarto de siglo no paran de agolparse. Que si la ‘lambretta’ de Djalminha al Real Madrid. Que si el gol de Songo’o en Soria. Que si el día más grande de la historia del Dépor, aquel 19 de mayo en Riazor ante el Espanyol. La temporada 1999-00 provoca una sonrisa eterna en la memoria del deportivismo, que a estas alturas del año ya hacía cábalas acerca de sus primeros rivales en la Champions League mientras miraba de reojo con el excepticismo habitual a las selecciones —sobre todo a la española—, inmersas en la fase final de la Eurocopa. Cuatro deportivistas participaban en el torneo continental: Pauleta con Portugal, Makaay con Holanda, Jokanovic con Yugoslavia y Fran con España.
Fue la primera Eurocopa compartida. Ese método organizativo tan habitual en estos tiempos empezó con aquel torneo que se repartieron Holanda y Bélgica en el verano de 2000. El 13 de junio de aquel año, tal día como hoy hace un cuarto de siglo, España comenzaba su andadura en el Grupo C, que compartía con Eslovenia, Yugoslavia y Noruega, midiéndose a los escandinavos. Aquella selección, dirigida por José Antonio Camacho, había sido una apisonadora en las eliminatorias. El técnico murciano parecía haber dado con la tecla. Camacho llegó al banquillo tras el histórico ridículo en Chipre que abrió el camino hacia aquella fase final y que condenó a Javier Clemente. Bajo la dirección del técnico de Cieza, España ganó los siete partidos restantes —con 40 goles a favor y solo 2 en contra—, incluido un memorable 9-0 a Austria en Mestalla. Fran cerró aquella goleada. El genio de Carreira jugó escorado a la izquierda, con Etxeberria por el costado opuesto, Valerón junto a Guardiola, Raúl como enganche y Urzáiz en la punta de lanza. La estrella madridista firmó un póker.
Esos seis futbolistas repitieron de salida en De Kuip, el estadio del Feyenoord, frente a los noruegos. España no supo encontrar fisuras ante un equipo sólido como las paredes de los fiordos. Si la Noruega de hoy tiene a Erling Haaland, aquella tenía a Henning Berg capitaneando el centro de la zaga del Manchester United, a Tore-André Flo hinchándose a hacer goles con el Chelsea y a otros siete bigardos triunfando en la Premier League. Entre ellos, Steffen Iversen, que fue el verdugo de España. Aunque quizá lo más correcto sea decir que el delantero del Tottenham fue el ejecutor de Molina y de Fran. El cancerbero, todavía perteneciente al Atlético de Madrid antes de recalar en el Dépor, se tragó —con la inestimable ayuda de otro exdeportivista, Paco Jémez— un pelotazo del portero nórdico Thomas Myhre, otro de los ‘ingleses’, guardameta del Everton. Ese gol condenó al arquero valenciano y, sorprendentemente, al ‘10’ deportivista, que en aquel torneo lució el ‘8’. Molina no volvió a jugar y Fran se quedó en el banquillo ante Eslovenia. Aunque sí volvió a la titularidad en el decisivo duelo contra Yugoslavia, tampoco saltó al campo en el cruce de cuartos de final frente a la selección francesa, campeona del mundo en vigor.
Un servidor ya juntaba letras en este diario y, al día siguiente, analizaba los problemas de aquel equipo. ‘Pep, así no se juega’. Vi el partido repetido la mañana siguiente para analizar el juego de Guardiola, que en directo había llamado mi atención por lento y plano. El barcelonista intervino en 118 ocasiones. El 44 por ciento de sus pases fueron horizontales y el 43 por ciento de los que dio hacia adelante no encontraron a su compañero. De sus 13 recuperaciones, solo 2 fueron robos al contrario y acumuló nada menos que 28 balones perdidos.
Los palos desde Madrid fueron para Molina y Fran. Claro, Molina había mandado al Atlético a Segunda y Fran había dado la espalda al Real Madrid. El problema, probablemente, tampoco había sido Guardiola. El problema era, es y seguirá siendo, cómo en ocasiones contamos las cosas.