Cuando Compañía de María ascendió en 2019 a la OK Plata después de unos cuantos intentos fallidos, tenía muy claro que el proyecto era para la cantera, pero también que tenía que reforzarse. Ya tenía asegurada la llegada del madrileño Javi Jurado y ese verano empezó a peinar el mercado para ver qué tenía este que se ajustase a sus posibilidades. Buscando, Josep Sellas consultó con Guillem Cabestany, el exseleccionador nacional que en ese momento dirigía al Porto, si conocía algún jugador joven que quisiera vivir la experiencia de salir de casa y jugar fuera. Y en esa conversación fue cuando salió por primera el nombre de Nuno Paiva (Póvoa de Varzim, 1994).
El que el sábado fue el verdugo del Liceo jugaba en el filial portista y Cabestany le llamaba cuando necesitaba completar las convocatorias. Pero no era exactamente un júnior. Tenía ya 25 años y siempre había jugado en equipos de la segunda división porque había priorizado finalizar sus estudios antes que el hockey. La lista facilitada por Cabestany incluía un segundo jugador. Pero después de conocer a Paiva, no hizo falta buscar más. El acuerdo fue fácil. Lo que no podría haber adivinado nadie entonces es que seis años después, con paso por Italia y Lleida por el medio, ese completo desconocido se convertiría, ya en la treintena, en uno de los jugadores más sólidos y de moda a nivel europeo, ganándose un billete de vuelta a la ciudad vestido de verde. Demostrando aquello de que más vale tarde que nunca.
La de Nuno Paiva es una historia y trayectoria curiosas. O, por lo menos, no muy habitual. Solo hay que mirar a la actual plantilla del Liceo, por ejemplo. El portugués es de la generación de Dava Torres, que ya jugaba siendo un adolescente en la máxima categoría nacional en las filas del Cerceda. César Carballeira, dos años más joven, apenas había cumplido la mayoría de edad cuando Carlos Gil le dio la alternativa en las filas verdiblancas allá por 2013. Y los más jóvenes, Bruno Saavedra y Jacobo Copa, además de estar ya en la dinámica del grupo y siendo cada vez más importantes sin haber cumplido 20, acumulan experiencia con la selección española en categorías inferiores.
Lo que no es tan frecuente es que un jugador de la calidad de Nuno Paiva estuviese “perdido”, escondido, en divisiones menores de su país sin nunca haber destacado, por lo menos hasta los 25 años. Incluso se tomó algún que otro respiro del hockey sobre patines cuando sus estudios de marketing se lo exigieron. La llamada desde A Coruña cuando ya había acabado la carrera fue una señal de que había llegado el momento. Nunca es tarde. “Me acuerdo que yo estaba en un Campeonato de España en Alcañiz la primera vez que hablé con Nuno”, relata Josep Sellas. “Vino dos o tres veces a Coruña y en una de ellas estaba siendo nuestro torneo internacional, en el que siempre hay un partido de jugadores actuales de Compañía contra exjugadores, y aprovechamos para que se vistiera y probara”, añade. Todas las partes acabaron contentas.
“Si lo piensas, a día de hoy creo que fue un gran acierto. Tanto para nosotros, que crecimos mucho, como para él porque le sirvió de trampolín e ir llegando cada vez a mejores sitios”, continúa Sellas, que nunca antes se había encontrado con un caso así. “Hay jugadores que explotan tarde. Pero él también estaba muy cómodo allí. El primer equipo del Porto tiraba de él si necesitaba a alguien. Y yo creo que para salir necesitaba un sitio en el que se sintiera bien tratado y le vino muy bien venir para seguir creciendo, yo creo que tiene muy buen recuerdo”, dice recordando que la aventura solo duró un año porque después estuvo dos en el Montebello italiano y ahora lleva tres en Lleida.
En Compañía pronto se dieron cuenta de lo que tenían entre manos y que por eso su estancia iba a ser corta. “Físicamente es un portento”, le describe Sellas, al que no le sorprendieron los dos goles que marcó el sábado en el Palacio de Riazor, uno a siete segundos para el final del partido que supuso el empate y dio paso a la prórroga. Y otro a 48 segundos para que se llegara a los penaltis que dio el triunfo al Lleida y el primer punto de la eliminatoria de cuartos de final del playoff por el título. “Es un chut de pala y otro entrando en velocidad que tiene requetepracticado. Está muy fuerte, bien colocado y la engancha. Hay que meterla donde la mete él. El portero no tiene posibilidades”, valora. Y otra vez, más vale tarde que nunca.
Metió unos cuantos así cuando estaban en las filas del Compañía. “Sobre todo hacia el final de la primera vuelta. Ahí ya empezó a meter goles como churros”, recuerda el coordinador del club colegial. Cuando la pandemia paró la liga, llevaba 29 en 16 partidos y era pichichi destacado. “Siempre nos quedará esa duda de qué hubiese pasado si no se llega a parar la liga”, reconoce Sellas. Porque iban cuartos y habían estado todo el curso entre los dos primeros, los que después ascendieron a la OK Liga. “Nuno tiraba mucho del equipo, que se contagió un poco de él. Había jugadores que igual no tenían tanto nivel que crecieron e hicieron una temporada muy buena. Ganábamos incluso jugando mal, casi por dinámica”, apunta sobre ese año.
Después del COVID, Paiva hizo las maletas hacia Italia, donde estuvo dos temporadas en el Montebello, también destacando como goleador. Lo que le abrió las puertas de España de nuevo, a un Lleida al que con goles, y transformando su timidez de fuera de la pista a carácter y liderazgo dentro de ella, ha hecho crecer temporada tras temporada. “Es muy trabajador y se cuida mucho. Sería difícil que a la edad que ha explotado que siguiera jugando a un nivel tan alto si no lo hiciese”.
Desde su desembarco en la OK Liga ha ido de menos a más. 19 goles en su primera temporada, 21 en la segunda y en esta lleva 19, aunque hay que añadirle los tres con los que hizo creer a su equipo que era posible ganar la final de la Copa del Rey frente al Reus de un inspirado Martí Casas que después de cargarse al Liceo con cuatro tantos, se fue a los cinco para asegurar el título.
Y esa es otra de las características del portugués, que se viene arriba en las grandes ocasiones, sin tener miedo a asumir riesgos ni responsabilidades cuando las circunstancias lo exigen. Seguramente sea fruto no de la experiencia, que no es tanta, sino de la madurez. Como el buen vino, del que sabe disfrutar porque viene de una de sus cunas mundiales, mejora con la edad. Y el año que viene le tocará el maridaje definitivo en las filas de un Liceo que este sábado, no obstante, espera dejarle sin catar las semifinales.