Jabari Parker pudo ser cabeza de león y se quedó en cabeza de ratón. Que no es poco, habida cuenta de que ese ratón se llama ACB. Pero, escala animal de méritos deportivos aparte, la estrella que más brilla en el Barça es un milagro. Múltiple.

Su primera 'hazaña' se gestó fuera de una cancha. Criado en South Shore, uno de los barrios más peligrosos de Chicago, Parker ha relatado en numerosas ocasiones que sus primeros años de vida transcurrieron entre disparos, drogas y viendo asesinados delante de sus narices.

Afortunadamente, ni las balas ni el vicio le alcanzaron. Sí lo hicieron las lesiones. Muy graves. Cuando era un chico que apuntaba tan alto como debe un número 2 del draft de la NBA. Andrew Wiggins, actualmente en los Heat fue el único elegido antes en el de 2014. Completó el podio Joel Embiid, un jugador que, aunque cuenta con un MVP, su carrera también está trufada de lesiones. No fue aquella una camada universitaria excesivamente afortunada. 

Antes de ser elegido por los Bucks pasó un único curso en Duke, la cuarta universidad con más títulos de la historia. Ese año ganó Connecticut, mientras que los Blue Devils de Parker, terceros cabeza de serie de su región y en los que también estaba el valencianista Semi Ojeleye, pegaron el gran gatillazo del torneo al caer en primera ronda ante la modestísima Mercer. 

El premio de consolación para el ahora ala-pívot del Barça fue ser designado freshman (debutante) del año en la NCAA y entrar en el primer equipo All-American de los cuatro principales paneles de expertos que los elaboran. De sus cuatro acompañantes solo el alero de Creighton Doug McDermott –elegido por unanimidad MVP del año– ha jugado regularmente en la NBA, aunque siempre con un rol secundario. Los Kings son su octavo equipo en la mejor liga de baloncesto del planeta. Nick Johnson (Arizona), Shabazz Napier (Connecticut) y Russ Smith (Louisville) se han ganado el pan lejos de los States. Johnson está jugando en el Sopot polaco, Napier en el Bayern Munich y Smith en el Nardó de la segunda categoría italiana. 

Parker cruzó el charco después de plantearse la retirada. En diciembre de 2014 sufrió la primera lesión gravísima: ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. Tardó 11 meses en volver a jugar. En la 2016-17, la misma lesión en la misma rodilla. Y tras cuatro años en Milwaukee fue traspasado a los Bulls, que esa misma campaña, la 2018-19, le mandaron a Washington. 

La siguiente también la pasó en dos equipos (Hawks y Kings). Y la posterior (Kings y Celtics). En enero de 2022 los orgullosos verdes le cortaron. Pese a unos muy buenos números globales (14,1 puntos y 5,5 rebotes de media en 310 partidos de fase regular), su azarosa carrera NBA había concluido.

Parker se refugió en el paraíso de Hawaii, donde, asegura, se entrenaba al mismo ritmo que rechazaba contestar las llamadas de su agente, quien se se vio obligado a decirle a la cara que necesitaba seguir jugando. Cogió un avión rumbo a Barcelona, donde tuvo que pasar una prueba antes de que el club azulgrana decidiese jugársela con un tipo etiquetado, a los 28 años, como juguete roto.

Nada más lejos de la realidad. Esos 203 centímetros de talento puro demandaban otra oportunidad. Y regresó el jugador capaz de anotar desde dentro, desde fuera, de correr la pista, de rebotear en los dos aros... Su punto débil es la defensa. Por actitud y por aptitud, ambos conceptos tal vez marcados por un físico deteriorado. 

Aunque (todavía) no ha ganado ningún título con el Barça, la ACB ha ganado una estrella y Jabari ha ganado una vida extra. Que no es poco.