El Liceo y el mundo del hockey despiden a un de sus grandes leyendas, el argentino Mario Agüero, fallecido a los 68 años de edad. El de San Juan fue de hecho el gran artífice de la primera Liga conquistada por el equipo coruñés en la temporada 1982-83.
Solo estuvo dos años en la ciudad, en los que se fue hasta los 155 goles. Dejó una enorme huella porque abrió camino, por la dupla letal que formó con Daniel Martinazzo el año anterior (81-82, con los títulos de la Copa del Rey y de la CERS, los primeros del club), por sus espectaculares condiciones físicas y por sus enormes habilidades técnicas, una conjunción que le convertía en un jugador imparable.
"Es el mejor jugador que he visto en mi vida", solía describirle Carlos Gil, el mítico entrenador del Liceo y que compartió pista con él en las filas verdiblancas, aunque muchas veces se le comparaba con Martinazzo. "Daniel es un ocho o un nueve de media siempre, Mario un día es un diez y otros un seis", señalaban algunos de sus compañeros la diferencia entre ambos.
En su primer año juntos, Martinazzo marcó 103 goles entre todas las competiciones y Agüero, 89 y cinco de ellos en la final de la Copa del Rey contra el Reus que el Liceo ganó por 8-5 para conquistar el primer título de historia y que abrió su leyenda. Unos días después contribuyó con cuatro y dos en las victorias en la ida (12-4) y la vuelta (6-8) de la final de la Copa CERS contra el Monza.
Después Martinazzo se marchó y Agüero siguió un año más, teniendo como acompañante en la delantera liceísta a Luis Garvey (66 y 64 goles respectivmente). El equipo, dirigido por José Manuel Campos, llegó a la última jornada de la Liga, que se jugaba en Tenerife, con la posibilidad de ser campeón. Cuenta la leyenda que pocos minutos antes de empezar el partido, se negaba a salir a la pista porque el pantalón de la equipación le quedaba demasiada pequeño. FInalmente le consiguieron otro, salió, marcó tres goles, los coruñeses ganaron por 2-7 y levantaron su primera Liga.
Después desarrolló la mayor parte de su carrera en Italia entre el Monza y el Roller Monza, al que llevó a la conquista del título de Liga y la Copa en 1990 como entrenador-jugador, el mismo año en el que sufrió un accidente que marcaría su carrera porque recibió el impacto de un stick en el ojo en un partido contra el Lodi y fue intervenido quirúrgicamente por un desprendimiento de retina y una herida en el glóbulo ocular. También destacó con la selección argentina, con la que conquistó dos Mundiales (1978 y 1984).
Como entrenador, su carrera le llevó a países como Brasil, Colombia y Estados Unidos, además de Italia (Roller Monza), España (Tenerife), Portugal (Porto y Oliveirense) y Argentina (Andres Tallleres y Concepción). De hecho, regresó a Galicia en el curso 2021-22 para dirigir al Diver Patín santiagués de la OK Plata femenina, lo que aprovechó para presenciar desde la grada del Palacio de los Deportes de Riazor los partidos de la Golden Cup con la que el Liceo celebró su cincuenta aniversario y coincidió con otros mitos del club.
Actualmente entrenaba al Amposta, club al que llegó el curso pasado para hacerse cargo del filial procedente del Wolfurt austríaco, con el que ganó la liga nacional. El conjunto catalán, que había oficializado que el argentino tomaba las riendas del primer equipo para el próximo curso, anunció hace cinco días su salida porque tenía que regresar a Argentina por unos problemas de salud que finalmente no pudo superar.