Entre Ángel Correa -el doble goleador de la victoria-, Antoine Griezmann -el pasador del primer tanto en el minuto 4-, el despropósito de Juan Carlos, el portero del Girona que entregó el 2-0, y dos paradones de Jan Oblak escondieron detrás de un triunfo gris (2-1) todos los problemas y las preocupaciones que desprende el Atlético de Madrid, un ganador cuyo rendimiento sigue bajo una duda nítida, atemorizado hasta el final por el 2-1 de Riquelme y en una crisis evidente de juego, cuando asoman desafíos definitivos e inmediatos para su futuro.
De no ser por el atacante argentino y por el guardameta esloveno, que voló a dos tiros de Aleix García para impedir un empate que no habría extrañado a nadie, la crisis del conjunto madrileño sería evidente, lejos del nivel de siempre y que se le presuponía esta temporada, con esta plantilla, ya con once partidos oficiales, ya sin el margen del tiempo y sin ninguna coartada. De no ser por Correa y Oblak, quizá el Girona habría sumado también un punto.
El Atlético aún no se reconoce. En nada. Salvo la excepción de Sevilla, con la evidencia posterior de que tanta o más responsabilidad de la incontestable victoria tuvo el despropósito de su adversario, el tránsito del equipo por las últimas citas es decepcionante, por más que haya conseguido alguna victoria. Su esencia de la presión, la verticalidad, la ambición, la voracidad o la fuerza de un grupo que no temía a nada ni nadie es sólo un recuerdo melancólico, imperceptible no sólo en su presente, sino de un año hacia acá, desfigurado de aspecto y condición demasiadas veces en los últimos tiempos.
Es hoy un equipo ramplón, que no reacciona del todo ni con la liberación de Griezmann. Cerrado el acuerdo para su traspaso desde el Barcelona, ya no hay limitaciones para el atacante, que repitió en la titularidad por segundo partido consecutivo, tan necesario, por mucho que no sea ni de lejos el que se fue con 133 goles en 257 encuentros ni ese goleador total que atravesó la frontera de los mejores artilleros de la historia del club rojiblanco.
Pero, transformado en una especie de centrocampista ofensivo, aún es decisivo en otras tareas, tan trascendentes en estos tiempos complejos que sufre el equipo, cuyo temor con el balón o sin él representa la inseguridad que siente en la actualidad, sea cual sea el rival que tenga enfrente, como este sábado el Girona, que lo puso en evidencia durante toda la primera media hora de partido, surcando más el área, proponiendo mucho más y expresándose con más atrevimiento en la casa del Atlético que el propio Atlético.
La diferencia fue una individualidad... De Griezmann. En el minuto 5, entre la soledad, el tiempo y el espacio que le concedió el repliegue del Girona, inadmisible en un escenario como el Metropolitano, el ‘8’ rojiblanco levantó la cabeza en un esquina del área, divisó a Correa al otro lado, la pisó para pararla y tomar impulso y la puso en el sitio justo en el momento exacto para el remate de Correa, mucho más astuto que su marcador (1-0).
Después, la nada. Un ejercicio inexpresivo con la pelota. Horizontal, insustancial, soporífero. Todo lo que reniega Simeone, fuera del vértigo y de la verticalidad que hace mejor a su equipo. El balón es peso insufrible más que una herramienta para el Atlético, destinado a una secuencia de pases hacia la nada, entre su defensa y Witsel, cuya salida de balón, prometedora, incuestionable, se frustra cuando dirige su mirada hacia adelante y no hay ni un solo movimiento, ni un solo desmarque de ruptura, ni un solo recurso que haga más fácil la vida al medio centro y a todo el equipo. La bronca del público entonces, ya con 1-0 a su favor, no fue fruto de la impaciencia, sino de la irrelevancia.
No es que el Girona lo agobiara tampoco demasiado entonces. Sí en el segundo tiempo, sobre todo a raíz de 2-1. El conjunto de Míchel es un bloque aparente, que se atreve a la presión, juega bien la pelota, entra bien por banda y propone ocasiones. No hubo rematador. Ni la pericia suficiente. Al centro de Arnau que alertó del primero al último espectador del Metropolitano, incluido el equipo entero del Atlético, no alcanzó nadie. Al remate de Oriol Romeu le faltó dirección. Después, sí fue más incisivo.
Ya había rebasado el partido la media hora entonces, cuando el Atlético se reajustó y despertó, sólo un rato, de la mejor forma que sabe moverse en el ataque: a la carrera. Sin velocidad, sin verticalidad, sin el pase hacia adelante, el equipo madrileño se introduce él solo en un laberinto sin salida. Cuando se agita, cuando juega hacia adelante, sin pensar en lo que hay detrás, resurge, como en dos ocasiones de Cunha, la última salvada por Juan Carlos, que regaló el 2-0 al inicio del segundo tiempo, en el minuto 47, para alivio rojiblanco.
La cesión atrás de Aleix García, cómoda, ventajosa, sin ninguna aparente amenaza para el guardameta, la transformó en una ocasión del Atlético porque simplemente intentó salir con el balón jugado. Su pase lo interceptó Correa. No es casualidad. No hay nadie con más fe en ese tipo de acciones que el delantero argentino, que persigue la pelota hasta cuando parece imposible, como en este caso. El regalo lo aceptó de buen grado. Fue el 2-0.
Ya sí se sintió ganador el Atlético, desprendido del agobiante peso de la presión que lo había atenazado hasta entonces, hasta que lo reencontró. Un chico de la casa cedido en el Girona y que más pronto que tarde tendrá un sitio en la plantilla del equipo de su vida, Rodrigo Riquelme, que pensó que se iba a la ducha instantes antes por un error en el dorsal del que se anunció el cambio, soltó un derechazo que rebotó en Giménez y que terminó en gol. No lo celebró.
Era el minuto 65. La amenaza siguió latente hasta el final para el Atlético, que ganó con el susto en el cuerpo, con el trallazo de Aleix García que Oblak tocó lo justo contra el palo para sostener a un equipo que se tambalea (luego exigió otra magnífica intervención de Oblak en el minuto 84). El próximo miércoles aguarda el Brujas. Si hay o no vida en la Liga de Campeones depende en buena parte -no en toda- de si es capaz de vencer al conjunto belga. También dictará si hay o no ‘caso Joao Félix’, de nuevo suplente, por tercer encuentro consecutivo, cuando más lo debería necesitar el equipo rojiblanco.
No hubo tampoco sitio para él en el once ante el Girona. Sin la eclosión aún esperada, mucho más aparente que determinante, es un futbolista hasta ahora de momentos esporádicos. Mala señal para el Atlético. Su reducción al banquillo en los tres últimos compromisos, sobre todo con la dimensión de los partidos del Sevilla o el Brujas, es un indicativo nítido de su realidad actual en el esquema de Simeone, cuando parecía que la desconfianza era ya pasado, exigido quizá más que el resto por la evidencia de sus indudables cualidades. Entró al campo en el minuto 74, entre división de opiniones. No aportó nada.
Atlético de Madrid 2 - 1 Girona |
Atlético de Madrid: Oblak; Molina, Savic, Giménez, Reinildo, Carrasco (Saúl, m. 64); Correa (Joao Félix, m. 73), Koke, Witsel (Kondogbia, m. 73), Griezmann (Lemar, m. 64); Cunha (Morata, m. 64). Girona: Juan Carlos; Arnau (Valery, m. 46), Santi Bueno, Bernardo, Javi Hernández (Terrats, m. 83), Miguel Gutiérrez (Yan Couto, m. 46); Oriol Romeu, Aleix García, Yangel Herrera (Stuani, m. 64); Riquelme (Toni Villa, m. 81); Castellanos. Goles: 1-0, m. 5: Correa. 2-0, m. 47: Correa. 2-1, m. 65: Riquelme. Árbitro: Martínez Munuera (C. Valenciano). Amonestó a los locales Giménez (m. 46+) y Cunha (m. 49) y al visitante Javi Hernández (m. 54). Incidencias: partido correspondiente a la octava jornada de LaLiga Santander disputado en el Cívitas Metropolitano ante 54.069 espectadores. |