Fueron cinco goles fuera de casa, una manita como la que firmó el equipo la temporada pasada en Las Gaunas cuando se lanzaba hacia el liderato de la categoría. Un repóker en el que hay que sumergirse en la memoria para encontrar parangón en el fútbol profesional y regresar a una fecha inolvidable, la del 3 de enero de 2004 y un 0-5 en Balaídos. Uno de Luque, otro de Tristán y tres de Víctor Sánchez del Amo. Después de firmar una media de 0,5 goles por partido en las seis primeras jornadas, el Deportivo destapó el champán en el Carlos Belmonte, con una exhibición de fútbol de ataque que galopó por la llanura albaceteña. No hubo molino que detuviese a tanto quijote para firmar un marcador que entronca con la edad de oro del club.
Antes del festejo hubo que remangarse. Mario Gibanel, el segundo de Idiakez, se mesó la melenilla. El técnico vasco se afanó en consultar en el monitor para entender qué había sucedido. El Deportivo no quería más caldo y le dieron dos tazas nada más entrar en el partido, otro gol a balón parado, un nuevo desastre que retrató a un entramado de alevines que se comió la maniobra de distracción al primer palo para quedarse a expensas de un dos contra dos en el segundo.
Quiles remató un córner con el pie en el corazón del área. Díficil imaginar mayor desdicha y más viniendo de donde se venía. Pero el fútbol se escribe con renglones retorcidos. Menos de diez minutos después el Carlos Belmonte ya era un festival deportivista, llegaron dos goles y una manija, la que tomó Lucas Pérez para lanzar al equipo a la contra y convertir el partido en un calvario para el Albacete. Tampoco necesitó el equipo tener la pelota en los pies para ser dominador.
Reapareció el Deportivo sólido, el que no concede al rival, una robustez en todo caso con asterisco: cada balón al área fue un dolor. Ocurre en este tipo de bucles como el que padecen los chicos de Idiakez en las acciones de estrategia que se alteran los resortes mentales de unos y de otros, los que fallan porque ya defienden alterados, los que atacan porque reafirman su fe en llegar al remate. Que el Albacete pudiese empatar en la última jugada antes del descanso con un testarazo a la salida de otro córner no hizo más que reafirmar la sensación de que todo lo que el Deportivo construyó durante minutos con tanto esfuerzo, toda aquella rebelión contra su fortuna, se podía disipar con un simple centro al área.
El desasosiego anida en situaciones así. El Deportivo se puso las pilas. Ni córners concedió. Y el equipo creció a partir de los espacios, que se encontraron en la medida que la jugada se aclaraba con Lucas en el eje del ataque. Desde ahí, como si fuese un quarterback, el emblema del equipo dirigió las operaciones para dar carrete a Yeremay y sobre todo a Mella. Lucas estuvo en todas las salsas. El primer gol lo forjó con un desmarque tan al límite que el videoarbitraje tuvo que sacar escuadra y cartabón durante largos segundos. Al final se trataba de eso, de moverse y tramar emboscadas, de levantar la cabeza y buscar la carrera de unos extremos que en Albacete fueron puñales. Y Barbero los afilaba con los centrales para multiplicar opciones, como la del tercer gol.
Antes hubo una primera diana del talentoso canario, empeñado en entrar con estrépito en la Liga, atinado en la suerte de la finalización. Donde a otros les tiembla la paletilla a Yeremay nada le patina. Su primer tanto premió la codicia en la presión. Hubo grandeza en la reacción deportivista, también en el trámite para desactivar al rival, que apenas molestó a Helton en centros en los que el meta impuso su envergadura. El Albacete hizo una llamada al orgullo tras el descanso. Incluso ahí se hizo gigante el Deportivo, que supo alejar la pelota de su portería, una excelente noticia para un equipo que sufre cuando debe defender. Este colectivo se ha diseñado para mostrarse en otras facetas, para lanzar por ejemplo a sus velocistas. Barbero y Lucas dieron la salida y Yeremay y Mella llegaron a la meta.
El desparrame de talento deportivista, la clase de Yeremay, los sprints de Mella, destrozaron a un rival difuminado que cuando quiso lanzarse a por la utopía de una remontada dejó auténticos latifundios a sus espaldas entre el enfado de su gente. En La Mancha la gente se manifiesta con mesetaria franqueza, así que la grada le repartió a todos porque además cada vez que los suyos querían emerger apareció el mejor Dépor para golpear.
Mella se fue entre abrazos tras marcar el quinto y estrenar su cuenta goleadora en el fútbol profesional con un doblete. También se marchó entre vítores Mfulu, por primera vez titular, ancla de un equipo que trabajó para no conceder... y recibió dos goles. Llegó al fin el gran Deportivo, el que todos queremos, el que controla, roba y corre, el que nos mueve entre la desafección y la euforia, el que no hace los deberes del balón parado, pero saca el examen con matrícula de honor porque sabe más que nadie. Aunque a veces no estudie. Ganó el Dépor y, ahora que nos han apuntado a la moda del fútbol del viernes, llegamos y ya era hora, al fin de semana con una sonrisa en la boca.