Proceso y resultado suelen ir de la mano. Pero no siempre es así. Y menos en un deporte con tanta incertidumbre como el fútbol, en el que su lógica interna de cooperación-oposición, alto número de compañeros y contrarios, conquista de espacios, imprecisiones al jugarse con el pie y tanteadores cortos provoca que el juego de un colectivo y otro no siempre se vea reflejado en el marcador.
De eso puede hablar mucho el Dépor si se focaliza en su partido en La Romareda. Porque el equipo deportivista tuvo durante la primera hora el control casi absoluto de todo lo que sucedía en el estadio de la capital maña. Enfrente estaba un Zaragoza que se jugaba la vida, pero concedió muchas facilidades a la hora de ir a presionar. El Deportivo, que apostó por un marcado 4-1-4-1 con futbolistas de banda a pie natural, desarboló a su rival.
Llegó una y otra vez a último tercio con solvencia. Pero ahí, se le apagaron las luces. Mucho centro aprovechando su habilidad para hacer llegar el balón a los carriles exteriores en ventaja, muy poco remate. Diez en total, tan solo dos a portería. Sinónimo de mucha fluidez y muy poca amenaza y desacierto cuando el balón quema de verdad.
Ante un Real Zaragoza muy reactivo, el Deportivo sabía que tenía por delante un encuentro en el que su forma de construir iba a marcar mucho de lo que sucediese. Gabi dejó atrás el 4-4-2 que venía utilizando últimamente tras acabar con su estructura de tres centrales y apostó por un 4-1-4-1 que, sin pelota, se convertía prácticamente en un 4-4-2, con Francho Serrano, uno de los interiores, ejerciendo de segundo punta en la presión.
Precisamente esa presión fue la que empezó a ‘matar’ al conjunto zaragocista, pues el Deportivo provocó que su rival se convirtiese en un bloque larguísimo. Atrayéndole con su juego y disposición en el césped, generó espacios para que Charlie Patiño, Diego Villares y Mario Soriano recibiesen muy cómodos. Casi siempre a espaldas de una línea y demasiado lejos de la siguiente.
Con los defensas relativamente hundidos, haciendo que los laterales no ganasen altura, el Dépor dibujó en su inicio de juego una estructura de cuatro más Patiño, que ejercía como único pivote en la base, por delante de esa primera línea. Por delante se ubicaban claramente como interiores Villares y Soriano. Repartiéndose espacios y apareciendo como soluciones de continuidad en función de lo que hacía el contrario.
Si Francho Serrano ‘saltaba’ a por los centrales junto a Gómez, Patiño se convertía en hombre libre. Mientras, si el Zaragoza acudía a tapar el pase sobre el inglés con Guti, Kervin Arriaga se quedaba demasiado solo como ‘stopper’ para contener a Villares y Soriano.
Las cuentas salían fáciles, pero lo que verdaderamente daba al Deportivo la posibilidad de tener éxito era su paciencia a la hora de iniciar, que conducía a que el Zaragoza se abriese mucho y acabase teniendo que abarcar ingentes cantidades de terreno. No había forma de frenar a un Soriano que aparecía constantemente a los costados de Arriaga.
Si Mario era incontenible, lo mismo se podía decir de Villares. El vilalbés parecía estar en todos lados. Construyendo, pero también detectando cuándo se generaba el evidente intervalo que el Zaragoza deja entre lateral y central para atacar por ahí con desmarques de ruptura.
Así, el Dépor tejía por dentro para acabar por fuera, donde tenía de manera premeditada al debutante Guerrero y a Diego Gómez a pierna natural para poner balones al área. Era el escenario ideal para potenciar a su delantero centro, pues allí esperaba Bouldini. Pero ni los envíos de extremos, laterales y centrocampistas fueron del todo buenos, ni el delantero era capaz de cazar una.
De este modo, el Deportivo firmó 23 centros, el cuarto registro más alto del curso para un equipo que apenas promedia 13.
El Dépor controlaba el encuentro, pero su escasa capacidad para finalizar jugadas abría el choque. Con el Zaragoza jugando muy directo cada vez que debía proponer en ataques posicionales, el equipo herculino tan solo sufría en los contraataques.
Era entonces, tras pérdida, cuando el Zaragoza cogía al Dépor algo desprotegido. Así, tan solo a través de errores propios dio vida el equipo coruñés a un rival incapaz de proponer, pero que se encontró con una transición tras una pérdida absurda de Bouldini que acabó con parada de Germán, córner y gol.
Pudo llegar la reacción con Escudero y Yeremay. Pero este Dépor está de no. Al equipo le cuesta poner la sexta velocidad desde la permanencia matemática. Y cuando por momentos lo consigue, le está faltando el acierto. Así, con muy poco, el Zaragoza se llevó el premio en un día experimental para el Dépor que acabó con mal resultado pese a un óptimo proceso.