Sin ideas para siquiera amenazar al Granada con pelota. Con una enorme distensión que provocó desorden entre las filas propias y concedió enormes facilidades al rival. El Dépor completó un pobre, pobrísimo, partido en su penúltimo baile en Riazor este curso. Con todo ya hecho y ausencias importantes en todas las líneas, el cuadro deportivista se quedó muy corto frente a un rival con un potencial incluso más grande que sus necesidades.
Más allá de la polémica en la acción del 0-1 y el penalti previo, que hubiese modificado radicalmente el encuentro, el Deportivo se cayó con todo a las primeras de cambio. Ese primer bofetón llegó en un momento en el que los desajustes colectivos empezaban a ser evidentes a la hora de presionar y en el que el plan para construir fútbol se estaba quedando muy corto. No ayudó, por supuesto, el bajísimo nivel individual de algunos futbolistas, cristalizados no solo en grotescos errores definitivos, sino que también restaron agilidad al juego y cohesión al trabajo defensivo.
El Granada estrenaba técnico y Pacheta quiso que su equipo saliese a mandar en Riazor. El técnico burgalés apostó por juntar a sus mejores centrocampistas con pelota y, a la vez, colocar a dos extremos punzantes cerca del ‘pívot’ Boyé. Le salió bien el planteamiento al equipo granadino porque, a partir de una salida de tres, con el pivote Sergio Ruiz entre los centrales Lama y Williams, empezó a desajustar a un Dépor que quería ir a presionar, pero no lograba ni robar ni incomodar.
Estructurado en 4-4-2, con Mario y Zaka como primera línea, cuando el equipo quería igualar con un tercero en ese inicio de juego visitante empezaban los problemas. El Granada priorizaba salir por su carril derecho, donde Manu Lama interpretaba bien cuándo mirar lejos o cuándo conectar con Rubén Sánchez, lateral que ganaba altura y hacía dudar al Dépor.
Así, cualquier ‘salto’ era demasiado lejano para un equipo al que le costaba ir a presionar en bloque. Si Herrera, extremo izquierdo, iba a por Lama, Sánchez podía recibir lejos de Obrador. Mientras, si era Villares o uno de los puntas los que trataban de acosar al central, este tenía tiempo y espacio para filtrar hacia delante, donde aparecía un centrocampista, los apoyos de Boyé o bien un movimiento de descenso o ruptura de los extremos.
A partir de ese patrón de construcción, el Granada tuvo el control de toda la primera mitad y encontró situaciones como la del 0-2, en la que Manu Lama pudo colocar el balón a espaldas de la defensa local con total sencillez. Sin presión al poseedor y con espacio entre la última línea y el portero, el peligro era real. Y aunque Vázquez llegó para despejar, su descoordinación con Parreño acabó concediéndole la oportunidad de hacer gol a Tsitaishvili.
A partir de esa salida de balón, el Granada empezaba a desajustar al Deportivo. Y una vez lo lograba, o atacaba vertical o empezaba a mover el balón para hacer correr al cuadro de Gilsanz, que se fue de la primera mitad con menos porcentaje de posesión que su rival y tan solo un remate: el de Diego Gómez.
No son de extrañar ambos datos, pues esa mala disposición sin balón provocó que el equipo deportivista apenas dispusiese de recuperaciones para contragolpear. Todo dependía del ataque posicional. Y en esa faceta, el equipo estuvo realmente espeso. Con Villares cogiendo altura para ser el encargado de atacar en profundidad desde el lado débil -como sucedió en la acción del penalti no pitado-, el Dépor no lograba encontrar a un Mario Soriano vigilado por los pivotes foráneos y por un Tsitaishvili muy enfocado a cerrar por dentro.
La posición del extremo visitante otorgaba al Dépor la posibilidad de salir con Obrador, pues era el lateral Rubén Sánchez quien tenía que ‘saltar’ de línea muchos metros para emparejarse con él. Pero el conjunto deportivista no miraba fuera. Todo parecía improvisado y se emponzoñaba todavía más cada vez que Mfulu, el hombre habitualmente libre, recibía. Porque cada balón que pasaba por sus pies o ralentizaba los ataques o, directamente, metía al Dépor en un lío.
El mal reparto de los espacios y la escasa participación de los futbolistas de las líneas más adelantadas terminaban de conducir a un terrible atasco. Diego se movía, Zaka también. Pero el Dépor no lograba encontrarlos en situaciones desde las que pudiese producir de verdad. Tampoco a los compañeros que trataban de aprovecharse de los espacios que ellos generaban. Y además, cada pérdida era una posibilidad para que el Granada, más enérgico también en los duelos, atacase frontalmente y sin oposición a la defensa deportivista.
Con el 0-2 en el marcador, Gilsanz trató de arreglar los problemas en la circulación de la pelota con un doble cambio al descanso. Más allá de la salida de Soriano por Rama, la entrada de Patiño por Mfulu dio un evidente salto de calidad a la hora de generar con balón.
De repente, al Dépor se le multiplicaron las soluciones en el juego interior. Ante un Granada que esperaba en bloque medio, el equipo blanquiazul -dorado- lograba ir progresando. Al menos ya no tenía problemas en salida de pelota. Aunque faltaba dar el paso siguiente: generar.
A cuentagotas, simplemente con estar posicionado por fin en campo rival, el equipo iba dejando alguna ocasión. Pero sin continuidad. Rama aparecía lejos de la entrelínea para pedir el balón en posiciones intrascendentes. Así, tan solo alguna buena arrancada de Villares era verdaderamente diferencial para romper líneas.
Gilsanz detectó que solo desde un nuevo arrebato podía agitar el árbol. Y por eso introdujo a Barbero, para aprovechar unos centros de Escudero que ni siquiera llegaron en abundancia. Dio igual porque en una presión de las de verdad, el delantero almeriense provocó el error de Mariño.
Pero ni por esas. A los segundos, el Deportivo demostró que el de su encuentro contra el Granada era un nuevo día para el caos. En una jugada simple por el carril derecho local, el Dépor defendió hacia delante una situación de tres para dos, con Petxa quedando inhabilitado en vez de proteger a Pablo Vázquez. Eso obligó a toda la defensa a bascular y, tras una nueva indecisión de Germán, el centro le llegó a Trigueros, que embocó a gol sin oposición.
El conjunto deportivista se entregó entonces a Yeremay, que aportó más circulación por dentro pero sin tampoco terminar de encontrar las ubicaciones precisas para hacer daño al bloque granadinista. Así, tan solo una recuperación alta de Villares y el gran control orientado del canario para provocar el penalti del 2-3. Un espejismo que le metió algo de emoción a un partido que, para el Dépor, estuvo lejos de ser de competición.