En 1998 llegó al club y al primera vez que se puso a contestar preguntas ante los periodistas no podía evitar soltar una risa nerviosa antes de dar escuetas respuestas. A la sexta cuestión uno de los veteranos de la prensa se incomodó. “¿Por qué te ríes en vez de contestar?”. Y, evidentemente, Manuel Pablo García (Bañaderos, Gran Canaria, 1976) se vovolvio a reir. Apenas era un chiquillo que acababa de salir de casa y empezaba una nueva vida en un entorno desconocido.
Pasó el tiempo, tenía 40 años y era el futbolista más veterano de la Liga cuando acabó la temporada 2015-16. Un día antes de que el equipo volviese al trabajo para iniciar la campaña siguiente el club anunció su retirada y explicó que iba a desempeñar tareas de “relaciones entre la plantilla, el cuerpo técnico y la dirección deportiva”. Hoy es el entrenador del Fabril y cerca estuvo de ser el del primer equipo tras la destitución de Imanol Idiákez en la temporada que ahora está a punto de finalizar. Es un emblema del Deportivo.
Cerca de treinta años lleva en el club un tímido extremadamente competitivo, el lateral derecho que parecía venir como carabina en el fichaje de Turu Flores y acabó siendo un referente en el club, el eterno amigo de Valerón que llegó a ser el mejor lateral derecho de Europa tras una progresión meteórica que le llevó en dos años de ser el suplente de Armando en la temporada 1998-99 de su llegada a ganar la Liga no solo como titular en la siguiente sino como el jugador de campo que sumó más minutos de juego. En la tercera campaña se consolidó al más alto nivel continental y suscitó el interés de los clubs más adinerados de Europa. En la cuarta, el 30 de septiembre de 2001, llegó la espeluznante lesión en la que en un derbi contra el Celta chocó contra Giovanella y se quebró tibia y peroné de la pierna derecha.
El Deportivo había acabado de rechazar una oferta multimillonaria del Real Madrid y no había considerado la opción de negociar con el Inter. Manuel Pablo detuvo su progresión y no volvió a retomar aquel nivel escandaloso que tenía, pero encontró cuerda para regresar de manera efímera a la selección y disputar más de 300 partidos más con el equipo que al final se convirtó, sin duda, en el de su vida.
En los albores de este milenio Manuel Pablo era un lateral de ida y vuelta, veloz, excelente defensor y punzante cuando había que atacar, con buen pie para el centro. Un currante, además. “Creo mucho en el entrenamiento”, sostiene para defender que la mejora llega a través del trabajo.
Llegó del Las Palmas, equipo en el que se forjó y había jugado 56 partidos en Segunda División antes de llegar a A Coruña. Ya tenía credenciales de excelente lateral y varios equipos le tenían en el radar. El Dépor se adelantó a todos, lo añadió a la operación por la que contrató a Turu Flores y lo puso a disposición de Javier Irureta en el verano de 1998.
No lo tuvo sencillo aquel tímido que era incapaz de encadenar palabras en la sala de prensa. Irureta tenía a Armando entre sus favoritos, pero cualquiera que acudiese a ver los entrenamientos podía apreciar que en la banda derecha del equipo de los suplentes operaba un avión. Manuel Pablo se hizo con la titularidad en los doce últimos partidos, Armando salió traspasado al Mallorca y allí comenzó una historia de éxito que ni aquella dura lesión pudo cercenar. “¿La oferta del Madrid? No era cuestión de forzar”, replica el hoy técnico fabrilista, el hombre que cuando era un chico nunca pensó acabar como entrenador, el mismo que cuando era un niño y jugaba entre plataneras ni se le pasó por la imaginación que iba a hacer su vida en el noroeste peninsular.