Eso es al menos lo que nos quieren hacer creer. La maquinaría que mueve Javier Tebas tuvo trabajo extra esta semana, pero pudo salir al paso sin problemas. Como siempre. Porque cuando el establishment te secunda, hay pocas posibilidades de que vayas por lana y salgas trasquilado, al menos, de momento. Y bien pletórico se debe sentir el dirigente de la patronal tras haber salvado, de momento, dos ‘match ball’.
El primero, tras la visita al juzgado de Fuenlabrada tras ser imputado por apropiación indebida y estafa en la compra del club madrileño. Fuera le esperaban los medios, pero no para preguntarle por el particular, sino para darle jabón sobre temas suaves como si Mbappé acabará jugando en la liga española.
Demasiados intereses comprados y muy poca libertad de prensa para un periodismo deportivo más cómodo siguiendo las directrices del que maneja sus voluntades, convirtiendo el oficio en relaciones públicas, no vaya a ser que lo que digan vaya a molestar a alguien.
También le ha salido bien la semana a Tebas en el otro tema candente, los supuestos insultos de Cala a Diakhaby, que provocaron que el futbolista del Valencia abandonase el campo y pidiese el cambio.
Primero no había imágenes ni audios, posteriormente LaLiga sostiene que revisó toda la documentación e incluso contrató un informe independiente para leer los labios y concluir con que Diakhaby entendió mal.
Espero que sea más independiente que el que presentó pro el ‘Caso Fuenlabrada, con el que pretendía dar carpetazo a todo.
Como suele pasar, es la víctima de la que se duda, la que no comprendió bien lo que le dijo Cala, sobre la que planea la sombra de la sospecha.
Y fin de la historia, nada ha pasado. En un estadio vacío, sin público, sin sonido ni ruido ambiente el jugador, pobre, no entiende bien y genera una situación comprometida en la que el racismo vuelve a asomar.
Un tema peliagudo, sobre el que todavía el fútbol pasa de puntillas, regido solo por unas recomendaciones y compromisos, de una norma contra la intolerancia impulsada por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Tenemos camisetas, pancartas, mucho ‘Stop the racism’ pero a la hora de la verdad metemos la basura debajo de la alfombra, con la esperanza de que no huela. Y no huele, apesta.