El otro deportivista que no voló a Tenerife
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El otro deportivista que no voló a Tenerife

Manolo Loureda sufría aerofobia. Pidió al club no desplazarse al Trofeo Teide en el verano de 1971. Richard Moar y Lionel Scaloni también tenían miedo al avión.
El otro deportivista que no voló a Tenerife
Loureda marca el primer gol de la final del Teresa Herrera de 1964 ante el Sporting portugués | ARCHIVO EL IDEAL GALLEGO

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Manolo Loureda, uno de los pocos one club men blanquiazules (1962-1974), sufría aerofobia. El miedo a volar en avión no es nuevo en la plantilla deportivista. Otros jugadores más recientes, como Richard Moar o Lionel Scaloni, también lo padecían.

 

El Deportivo es invitado, en agosto de 1971, a disputar el Trofeo Teide, que tiene lugar en el peculiar campo de Los Cuartos, en La Orotava, cuyo terreno de juego no es de césped, sino de tierra volcánica negra. Loureda se entrevista con el secretario del club, Pedro Tomé, para solicitar permiso para no desplazarse. El club aduce “razones de carácter particular del jugador”. Loureda ya regenta un negocio de peluquería y está a punto de inaugurar otro. Sin embargo, lo más probable es que las “razones de carácter particular” estén relacionadas con su aerofobia.

 

Por cierto, los blanquiazules se traen de las islas aquel trofeo, después de derrotar al Orotava y al Puerto de La Cruz, y vuelven 46 años, en 2017, después para reconquistarlo batiendo al Tenerife.

 

Unos meses antes de aquel episodio canario, durante el mes de enero, el Deportivo empata en Vallecas ante el Rayo Vallecano (1-1). El avión que debe llevar de vuelta a casa desde Madrid a la expedición deportivista sufre una avería. El vuelo se retrasa una hora por problemas técnicos que llevan a la tripulación a ordenar que los pasajeros bajen del avión. Después resulta imposible convencer a Loureda de que vuelva a subir al aparato. El jugador pernocta en la capital de España y al día siguiente viaja en tren hacia A Coruña. “Me da más seguridad”, aduce. El vuelo zarpa de Barajas y aterriza en Lavacolla sin problema alguno.

 

Uno de los peores momentos de Loureda se produce un par de años antes. En enero de 1969, el Deportivo recibe una invitación para jugar en Venezuela. La plantilla deportivista debe cruzar el Océano Atlántico para participar en el Torneo de Reyes-Trofeo Texaco, en Caracas. Los rivales son el Sporting portugués y al Spartak Trnava de la entonces Checoslovaquia. Para llegar a la capital venezolana en un tiempo razonable no queda más remedio que volar. “Me gustaría aparecer ya en Venezuela, despertarme allí. No es el que le tenga miedo al avión... pero es que no me hace ni pizca de gracia”, rumia Loureda antes de partir. El futbolista coruñés hace de tripas corazón, entre otras razones, porque podrá reencontrarse con una hermana emigrada a tierras venezolanas.

 

Años después de su retirada, en 2012, Loureda recordaba su aerofobia en una entrevista en las páginas de DXT Campeón en la que repasaba su carrera deportiva.

 

“Yo tenía un hándicap: el miedo al avión. No podía relacionarme por culpa de viajar. Me daba auténticas palizas en coche o en tren para evitar el avión. Incluso llegué a ir así a Francia y a Inglaterra. Pero, a pesar de todo, tengo más de 600 horas de avión”, recordaba el polivalente jugador coruñés, fallecido en 2017.

 

La pitonisa de Richard

Richard Moar llega a compartir vestuario con Loureda. El lateral ordense criado en Alemania debuta con el primer equipo deportivista el 22 de abril de 1973, en una derrota en Balaídos (1-0) en la que el once titular lo componen: Seoane; Richard, Luis, Zugazaga, Cholo; Loureda, Bordoy, Rubiñán; Cortés, Beci y Rubiñán. Richard viste de blanquiazul en una primera etapa entre 1973 y 1980 y, en una segunda, en la que se produce el episodio que repasamos, entre 1985 y 1987.

 

El caso del que años más tarde fue secretario técnico del Deportivo es, sin embargo, distinto al de Loureda. Richard recibe el ‘consejo’ de no volar por parte de una pitonisa pocos meses antes de regresar al Deportivo en 1985. Como las cartas de la adivina aciertan con otros asuntos –entre ellos su retorno al equipo blanquiazul, cuando acababa de renovar contrato con el Real Valladolid–, el futbolista decide seguir sus consejos.

 

“No creo en las meigas, pero habelas hailas”, afirma el jugador deportivista cuando, en plena temporada 1986-87, la famosa campaña del playoff que dilapida una vez más las opciones de ascenso a Primera División del equipo blanquiazul, confiesa sus temores.

 

“Antes de hablar con ella ya sentía miedo a volar, pero es que ese miedo se ha convertido en algo insuperable”, asegura Richard que aquella temporada, por ejemplo, se desplaza al partido del Deportivo en Figueres, el 8 de marzo de 1987, a bordo de un tren. Más de doce horas de viaje.

 

La cuestión positiva, en su caso, es que la pitonisa le pone caducidad al ‘peligro’ que supone volar para el futbolista del Deportivo. Y una vez queda atrás el verano de 1987, el límite que trazan las cartas de la adivina, Richard sube de nuevo a un avión.

 

Los gritos de Scaloni

El más reciente caso entre los deportivistas es el de Lionel Scaloni. El ahora técnico campeón del mundo con Argentina se acostumbra a viajar en la cabina con los pilotos después de un pavoroso vuelo a Valencia al poco tiempo de fichar por el conjunto deportivista.

 

Aquella angustiosa aproximación y aterrizaje en Manises marca al entonces interior derecho blanquiazul. La media hora previa a tomar tierra es una montaña rusa. Algunos pasajeros están completamente fuera de sí. Entre ellos sobresale Scaloni, que no para de gritar. La angustia del santafesino es tal que se refleja en un rostro empalidecido.

 

Ángel, su padre, aparece al día siguiente en el estadio de Mestalla. El progenitor viaja en su coche particular desde A Coruña. Tras el partido, el jugador regresa a casa en el vehículo, ‘tocando tierra’.

 

Es a partir de ese día cuando Scaloni comienza a volar siempre en la cabina, junto a los pilotos. Este método para sentir mayor seguridad lo utilizan otros futbolistas de la época, como el madridista Iván Helguera.

 

La tranquilidad de sentirse junto a los controladores del aparato le cambia la vida. Tras un partido en Villarreal, el Deportivo vuela desde Valencia a Santiago en un chárter de Portugalia en medio de un temporal. El aterrizaje es de los que asustan. Al desembarcar, alguien pregunta a Scaloni. “Vaya acojone, Leo”. El argentino responde con total tranquilidad que el copiloto no se atrevió a aterrizar y cedió los mandos al comandante.

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