En ‘Los lunes al sol’, después de la reconversión industrial de Vigo, varios parados viven al día. Así transcurre su vida, sin trabajo, tumbándose, precisamente, los lunes al sol. La realidad de muchos futbolistas de Tercera es, literalmente, opuesta.
Uno es mecánico, el otro agente de seguros, los hay hasta camareros a medio turno, también los hay que trabajan en fábricas, panaderos, jardineros... Y, por supuesto, los hay estudiantes; los más afortunados.
El futbolista del Fabril (por ejemplo) que entrena por las mañanas y que intenta hacer todo lo posible para tener una oportunidad en el primer equipo se merece todo el respeto del mundo. Es un elegido porque tiene un buen sueldo, tiene fisioterapeutas y médicos a su disposición, tiene los mejores medios para entrenar, varios preparadores físicos... Pero el jugador del Paiosaco (por ejemplo) que, después de trabajar ocho horas, tiene la ilusión de ir a entrenar, de esforzarse como si lo único que hubiese hecho en todo el día fuese ir a la piscina o una hora al gimnasio; ese jugador que pasa seis horas en un autocar un domingo, que llega cerca de la medianoche a su casa y que los lunes vuelve al curro se merece admiración. Admiración de sus entrenadores, de sus directivos, de sus rivales y, sobre todo, de su afición.
¿Cómo no va a tener el Paiosaco una de las mejores aficiones de Tercera División si los futbolistas están hechos de la misma pasta que los socios? Algunos hasta trabajarán juntos. Otros coinciden en el restaurante de turno comiendo el menú del día. Otros brindan en la cantina al terminar un entrenamiento o un partido.
Algunos dicen que estos son jugadores de fútbol modesto. Yo diría que son profesionales con dos trabajos: uno en una oficina o en un tejado y otro sobre el verde. Y los lunes, con las piernas cargadas, con golpes en cualquier parte del cuerpo, no los pasan, precisamente, al sol.