Sigo de cerca, en la medida de lo posible, las vicisitudes del US Open, uno de los torneos del Grand Slam. Aunque su prestigio es francamente mejorable, no cabe duda que es uno de los grandes y cualquier tenista que se precie quiere contar con él en sus vitrinas. Muchos favoritos se han quedado en la estacada ya, como Djokovic, Thiem, Zverev, Federer, Osaka, Halep, Kvitova o Barty, que ya no podrán optar a los 3.850.000 dólares con que está dotada la victoria en cada una de las categorías.
Los premios aumentan escandalosamente año tras año en las competiciones tenísticas. Es la directiva de la ATP, compuesta en su mayoría por jugadores, la que se encarga de que ocurra así, con la aquiescencia de sus miembros, que, como es lógico, quieren ganar más dinero cada vez. En eso se ponen todos de acuerdo, aunque últimamente las aguas bajan revueltas en la asociación, debido al enfrentamiento de Federer y Nadal, por un lado, y de Djokovic, por otro. Sin embargo, el serbio parece tener controlada la situación, de momento.
Antes de comenzar este torneo, el foco estaba situado en las ‘ocurrencias’ del australiano Nick Kyrgios, al que incluso la organización lo situó en su primer partido en un horario de privilegio. Incluso se han oído declaraciones a favor de su comportamiento. Ya se sabe, los americanos priman el espectáculo por encima de todo. Pero al final no pasó nada porque Kyrgios cayó eliminado en tercera ronda y su protagonismo quedó diluido.
Entre los comentarios a su favor destaca el del mito John McEnroe, quien dijo que Kyrgios “es un buen chico, al que no se mide por el mismo rasero que a los demás. Y aporta cosas diferentes al tenis”, a pesar de que venía de ser multado en el torneo de Cincinnati, con 113.000 dólares, por escupir al juez de silla. Casi se ha perdido la cuenta del número de multas que acumula, aunque eso parece darle igual. La ATP le recomienda que vaya a un psicólogo, pero dejó de lado el consejo.
Kyrgios, que es un excelente jugador cuando se dedica exclusivamente a jugar, tiene tras de sí un montón de incidentes y enfrentamientos con compañeros. Últimamente, uno de los que más le anda en la cabeza es Nadal, aunque lo trata con un cierto respeto, el mismo que el balear tuvo con él en aquellas conocidas declaraciones. También la tomó con Verdasco (“es la persona más arrogante de la historia, se cree Dios y tiene un revés normalito”, dijo de él). Pero su principal enemigo es Djokovic, del que manifestó: “Nunca será el mejor, gane lo que gane. Yo le gané dos veces y no hice mucho esfuerzo”. Y remató: “Tiene una obsesión enfermiza con ser querido, quiere gustar tanto que no puedo soportarlo”. Para concluir su repertorio aclaró que no le gusta jugar en tierra: “Se me ensucian los calcetines”.
Y ante la posibilidad de que Nadal consiga su cuarto Open USA –ya está en semifinales–, vuelvo la vista atrás y hago un hueco a la nostalgia, al recordar aquella maravillosa victoria de Manolo Orantes en ceniza frente a Jimmy Connors, en una final antológica cuando se pensaba que el estadounidense iba a aplastar al granadino. Todavía se denominaba Forest Hills. En fin, otros tiempos y otro tenis, aunque también lo disfrutaba mucho.