Parece mentira pero los árbitros han salido reforzados con esto del VAR: pitan lo que les da la gana (como antes), revisan las jugadas que les apetece, les recomiendan desde las pantallas a capricho (según se ha visto en múltiples ocasiones) y han convertido el fútbol en un deporte que pronto alcanzará el ridículo (ya lo es, a veces, como la sanción de penalti del deportivista Mujaid en Tenerife o el pitado al Celta en Mallorca, sin pizca de voluntad por rectificar flagrantes errores por parte de los “jueces”).
Y, entretanto, los aficionados están más despistados que nunca. Pero hemos llegado a la conclusión de que es eso lo que prefieren los árbitros, tan amigos de las decisiones secretas, de las puntuaciones ocultas y de la inmunidad e impunidad de todas sus actuaciones y fallos.
Otra de las virtudes que no adornan al colectivo arbitral es la autocrítica; antes, al contrario, cada vez que salen a hablar públicamente (que lo hacen poco) es para no dejar de alabarse, para contar lo bien que lo hacen y para mostrarse encantados de haberse conocido.
Tras el tiempo que lleva en funcionamiento el VAR los problemas no han desaparecido, simplemente son de otro tipo.
No está nada claro el manejo de las máquinas, hasta el punto de que parecen aflorar pequeñas revanchas pendientes entre los miembros del colectivo y “compañeros”. Y, sobre todo, a este paso los árbitros van a convertir este deporte en una práctica para bailarinas.
Tienen razón aquellos aficionados veteranos (que lo han visto todo en materia de dureza, de tarjetas y de lesiones) cuando señalan que jugadores como Pelé hubieran llegado tranquilamente a los dos mil goles con la aplicación actual del reglamento.
Esperamos ya, ansiosamente, la rueda de prensa de final de temporada de Velasco Carballo, para que nos explique la cantidad de aciertos que han tenido esta temporada los árbitros y el nivel casi inigualable que han mostrado, antes de que busquemos la manera de escondernos debajo de la mesa para taparnos de la vergüenza ajena que nos da, esa misma vergüenza que a alguno de ellos les falta en determinadas ocasiones.
Se preguntarán ustedes: entonces, ¿qué? Pues, nada, como siempre: señores árbitros, sigan haciendo lo que quieran y, eso sí, manténgalo en el más riguroso secreto, según costumbre de la “Casa”. Pero si les viniera un aire de humildad y se llevara su soberbia, todos lo agradeceríamos