No fue titular Joao Félix ni marcó Luis Suárez, sino Ángel Correa, el más decisivo de todos del duelo pendiente entre el Atlético de Madrid y el Sevilla, que otorgó al equipo rojiblanco el honor de ser ‘campeón’ de invierno 25 años después y la confirmación de que ahora no hay más favorito que él a la Liga, rubricada por el 2-0 de Saúl Ñíguez en el tramo final.
Por su liderato y por su ventaja: cuatro puntos al Real Madrid, segundo; siete al Barcelona, tercero; o nueve al Villarreal, cuarto, con dos partidos menos disputados por el Atlético que todos ellos. Al Sevilla, su adversario de este martes, lo aleja a once, con el equipo madrileño con un duelo menos que él al borde del ecuador.
Muestra pegada
Ahí figura el Atlético como el mejor de todos, porque demuestra una pegada que no tenía en cursos cercanos, que quizá diferenció el triunfo del empate este martes contra el Sevilla, pero también por su ambición, por su regularidad, por su equilibrio y porque lucen en su recorrido 12 victorias en las últimas 13 jornadas del torneo.
El Sevilla es sexto. A su competitividad de siempre le faltaron ocasiones. Y, cuando tuvo alguna, pocas, dos en el primer tiempo sobre todo, no fue contundente. No perdía desde hace seis duelos. Hasta este martes, hasta el Wanda Metropolitano y por Correa, mientras asoma ya Moussa Dembélé, ya en España e inminente fichaje.
No partió del once Joao Félix, por el tremendo golpe en el pie de Cornellá. Lo hizo Correa. Ya no está entre los titulares habituales el argentino, pero en su cuota de espacio este martes, más estrecho este curso entre toda la competencia y el renovado 5-3-2 (hoy fue más un 5-4-1 con él por la derecha), describe cómo reclamar un protagonismo que siempre acaba teniendo cada campaña.
No iba el partido ni para uno lado ni para el otro. Nadie imponía su presión sobre la rival, con la transcendencia que tiene en los dos equipos. Ni nadie había atemorizado a los porteros salvo en un barullo más que otra cosa, en la fallida y cercana volea de Rakitic nada más comenzar el choque que atrapó con algún apuro Jan Oblak.
Es un gol que tiene mérito y mucha dificultad. No entra dentro de los cánones más estéticos, siempre se siente que está dentro de lo circunstancial.