Reconozco mi admiración por Lucas Pérez. Su manera de ser le hace distinto. Siempre está listo para sumar, en las duras y en las maduras. Quien diga que el de Monelos no está cuando las cosas van mal no acierta con el pensamiento. 
Y una de las cosas que me gana es su comportamiento con la cantera. Lucas tuvo que buscarse la vida, sin eufemismos, desde que era un niño. No pudo cumplir el sueño de vestir de blanquiazul ‘de verdad’ hasta que los años lo convirtieron en el gran futbolista que es.

No pudo formarse en Abegondo. Lo hizo en Madrid, Vitoria, emigró a Ucrania, Grecia... Ahora, convertido en referencia absoluta del deportivismo, una de sus facetas es la de estar con los más jóvenes. Los chavales que, cuando tenían doce años, le veían marcar goles en Riazor justo antes de la debacle de los descensos que nos han llevado a la situación que atraviesa hoy la entidad a nivel competitivo.

Y mañana volverá a vestirse de corto para poner en juego no sólo su calidad, sino los valores deportivistas. En mi equipo, siempre Lucas.