Cuando terminé la carrera y me adentré en el mundo laboral, uno de los consejos más repetidos que me transmitieron fue el de que “es importante saber llegar a los sitios, pero más importante todavía es saber marcharse”. Como arrieros somos, nunca tuve dudas de que es una de las mejores recomendaciones que se le puede dar a alguien. Aunque con los años he aprendido también que, a menudo, esos mismos que señalan las bondades de despedirse bien de los sitios, son los mismos que luego no lo tienen en cuenta cuando toca despedir a alguien.
El Deportivo inició la última semana de la temporada dando un paso que le honra en este sentido, otorgándole tanto a Jaime como a Pablo Martínez, suspicacias al margen, la posibilidad de marcharse sobre el césped de Riazor y recibir un merecido homenaje por parte del deportivismo. Pero al tiempo que los dos centrales apuran sus últimos instantes en el club, no puedo evitar pensar en la situación de Gilsanz, que después de un trabajo notable cuando se recurrió a él en una situación crítica, debería, como poco recibir el mismo trato. Algo que sigue sin reclamar. Siempre poniendo los intereses del club primero.
Si todo forma parte de la hoja de ruta cuyo destino es la continuidad del técnico, perfecto. Pero si no lo es, solo cabe esperar que las conversaciones que el betanceiro anunció para la próxima semana sean algo más que una mera formalidad y su salida no estuviera ya decidida. Porque se me ocurren pocos motivos para impedir que se despidiera de Riazor como se merece una figura clave para el Dépor en el último lustro. Eso sí, ninguno bueno.