La vida profesional de muchas personas no suele ser lineal ni justa. Importa el reconocimiento de los empleadores, que son quienes ponen su capital (algunos incluso lo arriesgan) para que trabajemos. Se agradece que valoren esfuerzos y los recompensen tanto en cariño como, desde luego, en dinero porque no olvidemos que el fin último del trabajo por cuenta ajena es el de obtener no solo un desarrollo personal sino nutrir el bolsillo para poder gestionar los avatares de la vida. Pero hay otros detalles, seguramente en ocasiones intangibles, que valen un potosí. Por un lado el respeto y la valoración de las personas con las que gestionas el día a día, sea cual sea su escala respecto al trabajador; por otro la tranquilidad personal del trabajo bien hecho, que entronca con la ética profesional. No sabemos todavía si Óscar Gilsanz seguirá en el Deportivo, que ha salido al mercado a enterarse de la situación de varios entrenadores en los que identifica potencial. Pero si el técnico de Betanzos deja el primer equipo, ya no digamos del club, lo hará con los bolsillos llenos de respeto y con una certeza que hace unos meses era, para muchos, una duda: estaba capacitado para hacer el trabajo que le encomendaron.
No sé si Gilsanz pensó alguna vez en ganarse la vida con el fútbol. Seguramente fue así porque lo normal e incluso recomendable es que las pasiones beban de las ilusiones. Lo que sí intuyo es que siempre supo que no iba a tenerlo sencillo.
Nunca sabes cuando la vida te va a poner ante tus sueños y quizás cuando lo hace no llega en el momento que considerarías ideal. Puede que en ese momento tampoco la esperanza tenga ya capacidad de seducción, tan solo te aferras a agarrar la oportunidad y exponer aprendizajes y capacidades. De todo lo que ha dicho el prudentísimo Gilsanz en sus declaraciones públicas durante estos meses, la sentencia que más me ha impactado la deslizó antes de emprender aquel viaje iniciático a Cartagena. Le preguntaron si elucubraba con que el destino le deparase larga vida en el banquillo de Riazor: “Estoy a disposición del club, pero con 51 años los sueños se controlan”, zanjó.
Llega un momento en el que el callo de las vivencias aprieta tanto que no deja que se asomen los sueños. A determinada altura los vaivenes vitales y, por qué no decirlo, las injusticias y los desafueros convierten a los soñadores en perplejos. El fútbol es otro mundo, pero imagino a los Gilsanz de la vida ante portadas e informaciones como las de este diario ayer, en las que se ofrecían detalles sobre esa prospección que ha emprendido el club para valorar si debe ser reemplazado. Intuyo la desazón de esos Gilsanz profesionales en trabajos temporales o autónomos que no saben si tendrán faena dentro de unas semanas, si les reemplazarán cuando han demostrado capacidad y preparación. La barrunto porque como tantos otras personas en tantos sectores laborales me he sentido no pocas veces sumido en la temporalidad o la incerteza, acariciado por las arbitrariedades o las componendas. También acunado por quienes te valoran, que todo hay que ponderarlo. Puede que el Gilsanz entrenador tenga fecha de caducidad en el primer equipo del Deportivo, pero deja al menos un sello, un rendimiento y un objetivo conseguido. Como lo hizo antes Idiakez.
Y sí, a determinada edad a los sueños hay que tenerlos gobernados, pero la serenidad y tranquilidad de espíritu que otorga el trabajo bien hecho es esencial para alimentar ilusiones. Y seguir.