Hay fines de semana en los que realizo ímprobos esfuerzos para que el Deportivo me haga feliz. El último fue uno de ellos. La relación de un futbolero con su equipo tiene mucho de irracional. Quizás por eso era un desatino ilusionarse con que el equipo, con un once sobre el campo peor que el que tenía el año pasado en Primera RFEF, marcase un gol más que un rival que lleva 35 jornadas en puesto de descenso y se pusiese a seis puntos del playoff con seis partidos por jugar. No debía de ser el único. El domingo tras el partido contra el Tenerife percibí en la gente que salía del estadio un rictus de decepción. Quizás yo también la llevaba en la cara cuando llegué a la Redacción. “¡Oye, que tenemos 50 puntos!”, me azuzaron. Pero el playoff está tan cerca que duele pensar que con un poquito más de lo poco que tenemos nos daría para pelear por ese ascenso del que nos dicen que todavía no toca.
“El equipo estuvo espeso”, reconvino Óscar Gilsanz. La sensación es la de que la espesura fue una consecuencia de que allí no había para mucho más, o de que al menos esa primera parte en la que el entrenador planteó al equipo generar espacios a partir de combinar pases desde atrás mostró las limitaciones de muchos jugadores que estaban en el campo para seguir ese plan. Y desde la grada se vio ese trasteo con desagrado.
A veces en este complicado y apizarrado fútbol las cosas son tan simples como que el balón lo tengan en sus pies los buenos. Tengo un respeto reverencial por Pablo Vázquez, en el que percibo todos los valores de un buen profesional. Valoro el talento defensivo porque el fútbol también es fajarse cuando un balón llega al área o cuando hay que ganarle el pulso a un hábil delantero rival. Vázquez ahí es un titán, un líder de la zaga. Pero este domingo cuando el Tenerife llevaba media hora flotándole para que iniciase las jugadas, mi compañero de localidad se revolvió indignado. “¡No vengo aquí para ver a Vázquez!”, exclamó. Y le entiendo. Quiero que el balón lo tenga Yeremay, que regatee a tres tipos, tire un caño, se dispare hacia la meta rival, que saque envenenadas rosquitas. El Tenerife lo entendió. Le iba a ir mejor en el partido si la pelota la tenía Vázquez y no Yeremay. O si en la medular gobernaba Mario Soriano y no Mfulu.
El Deportivo empató y no fue capaz de rematar ni una sola vez entre palos. Lo peor es que ni dominó ni sometió a su rival. Alguna actuación individual fue pobrísima. Y sin embargo, hay mucho mérito en la temporada que firma el equipo con un plantel exprimido como quizás no se había visto desde que en 2014 Fernando Vázquez subió a Primera a un Dépor en plena economía de guerra. Hay un mérito claro de Gilsanz, pero también de sus futbolistas. Por eso con el correr de las horas mi decepción muda en conformidad. Este año no toca estar arriba, calman mi desdicha los propagandistas. Parece evidente que es así. ¡Nueve partidos sin perder!, me advierten. Y ya me vengo arriba