Es una pregunta que se repite frecuentemente siempre que celebramos algún aniversario de cualquier acontecimiento, que puede ser de carácter personal o que tiene una trascendencia general.
El 27 de junio de 1995 estaba en la cabina de radio número 14 del estadio Santiago Bernabéu de Madrid. En la misma que había estado el sábado anterior. Siguiendo profesionalmente al Deportivo de La Coruña, como lo he hecho más de mil veces. Por eso no era extraño, en absoluto, que estuviera allí.
No cuidé mucho la garganta. Tomé cosas frías. E incluso comiendo antes de un partido cuyo menú, para no tener problemas, se ceñía casi siempre a un filete y una ensalada, ese día me lo salté y junto a compañeros e invitados “me puse morado”. Total, el partido en el que iba a trabajar duraría 9 minutos más añadido.
El sábado anterior, en el mismo escenario, fui testigo de 79 minutos buenos del equipo coruñés hasta que el campo quedó impracticable y nos empataron. Manjarín había puesto antes el 1-0 para los blanquiazules frente al Valencia. Una tromba de agua cayó sobre Madrid y el árbitro se vio obligado a parar el partido. Tenemos un buen recuerdo de todo aquello pero en el lado negativo estuvo que esa suspensión podía haber llegado momentos antes de que marcara Mitjatovic porque la lluvia y la tormenta ya caían de manera notable.
Recuerdo como si fuera ayer que había llegado a Madrid con tiempo de recibir un tren que había organizado con deportivistas de todos los barrios de la ciudad. Un convoy de Renfe compuesto por 12 vagones de coches-litera que en España fueron retirados hace años. Cada coche provisto de 11 departamentos y 6 literas en cada uno. Total, 800 coruñeses que llenaron el tren rumbo a la Capital.
La mañana en Chamartín era luminosa y el calor comenzaba a apretar. Con ese amanecer nadie podría pensar que luego, meteorológicamente hablando, las cosas se pondrían como se pusieron.
Fuimos a la zona de la plaza de Colón. Me refiero a mis compañeros. Allí estaba el cuartel general del equipo. Hotel Sanvy, que durante muchos años fue la sede de los deportivistas. Y quedamos de juntarnos en una terraza de la zona. La del Gran Café de El Espejo, establecimiento en Madrid que tiene una historia de más de cien años. Y fue muy curioso porque los coruñeses venían, lógicamente del norte y los chés, del sureste. De tal manera que nosotros estábamos más cerca del sur y estuvimos varias horas viendo pasar por delante de nosotros coches, motos y autocares cargados de valencianistas.
El sábado el equipo quedó en Madrid. El que peor lo pasó fue Arsenio, que andaba de aquí para allá, triste, solitario y sin rumbo. Cierto es que algún jugador se le acercaba viéndole así de preocupado y se ofrecía por si podía prestarle algún tipo de ayuda emocional. El lunes 26 yo tenía temas importantes de empresa en A Coruña y aunque me puse en la piel de cordero degollado, mi patrón no tuvo compasión y me hizo volver. El lunes de noche fue otro tren, el Expreso nocturno Rías Altas, el que me llevó otra vez a la final de Copa o, para ser más exactos, a lo quedaba de ella.
Y la verdad es que todo se precipitó. Los seguidores blanquiazules volvían a dejar una presencia en las gradas impresionante. Evidente era que muchos de los que asistieron el sábado al Bernabéu no habían repetido, principalmente por trabajo, el martes. Pero se habían preocupado de que las entradas que no iban a utilizar tuvieran un dueño. ¿Quién no conoce a algún familiar, compañero o amigo en Madrid? Por eso la imagen de la grada norte volvía a ser magnífica.
Y digo que se precipitó porque el Deportivo sacó de centro, balón a la izquierda para Manjarín, pegado a la banda, dribló hacia el interior del rectángulo, centro largo, aparece Alfredo y… todos saben lo que pasó.
Unos lo vieron por la tele, otros lo escucharon por la radio, los demás lo leyeron en los periódicos y a los que en 1995 ni habían nacido, seguro que se lo han contado.
Celebración en el terreno de juego, en el palco cuando el Rey Juan Carlos I le entregó el trofeo a José Ramón, paso por el hotel y cena en el Asador Donostiarra de Pedro Ábrego y de su lugarteniente Juan.
Por cierto, otro de los recuerdos más amables que tengo es que cuando los jugadores pasan por el hotel, nosotros también para dejar todos los equipos técnicos, se dirige hacia mi Luis López Rekarte. No tenía una gran relación con él. Más bien fría. Había venido del Barça, con costumbres que no se estilaban por A Coruña y a mi algunas cosas no me convencían. Y me dio un gran abrazo. Con el paso del tiempo conocí que el de Mondragón había hecho muchas cosas por modernizar el Deportivo de lo que los demás imaginábamos.