No está muy claro de dónde procede la acepción derbi para calificar un encuentro deportivo entre dos equipos de una misma ciudad, región o por una máxima rivalidad. Hay quien dice que se origina a finales del siglo XVIII a raíz de una carrera de caballos organizada por el Conde de Derby. Otra teoría habla de que procede del partido de fútbol tradicional —cientos de personas golpeándose y tratando de llevar una pelota al otro extremo de la ciudad— que se disputaba en la localidad de Derby, enfrentando a los vecinos de las parroquias de All Saints’ y St Peter’s.
Por aquí llevamos ya unos cuantos años sin vivir uno, al menos en fútbol. La sequía va camino de la década. El detonante de O noso derbi fue el fichaje de varios jugadores celestes por el equipo blanquiazul, cuando varios abandonaron uno de los clubes que, con su fusión, dieron origen al primero, en desacuerdo con la decisión. El resto viene generado por la lucha por ser la capital moral de la región. Esa pelea local es lo más común en los derbis. Aunque también los hay de origen religioso, como el Celtic-Rangers, católicos contra protestantes de Glasgow. O muy marcados por la política, como el duelo entre el Partizan, nacido al abrigo del ejército comunista de Tito, y el Estrella Roja, abanderado del nacionalismo serbio. En Inglaterra, el derbi de Nottingham, que en los últimos 30 años solo se ha disputado una vez en competición oficial, es el más cercano. Meadow Lane, campo del Notts County, y el City Ground, feudo del Forest, están separados por solo 200 metros, con el río Trent de por medio. Hoy, en la tercera ronda previa de la Champions, tiene lugar otro derbis insólito. El Copenhague recibe al Malmö, en el duelo entre dos ciudades de dos países, Dinamarca y Suecia, separados por un puente-túnel de 16 kilómetros. Hace 20 años, policías daneses de paisano atacaron a hinchas del Malmö durante un partido, lo que acabó en una inédita denuncia de la afición sueca contra el cuerpo de seguridad estatal.