OPINIÓN | Nobleza obliga
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Se empeña el fútbol en distinguirse entre todos los deportes como aquél que mejor retrata la sociedad en la que se disputa. Subcampeones arrancándose las medallas de plata que no casan con su mentalidad de tiburón; cuentas de comunicación oficiales de los clubes con el mismo concepto de lo institucional que un usuario de Forocoches; fans que trasladan a su asiento del estadio la frustración que cuecen durante toda la semana en una red social tóxica.


Más allá, el espíritu olímpico. Aun habiendo excepciones, las tenistas se estrechan la mano en la red entre aplausos; los atletas se constriñen en el escalón más alto del podio y sonríen abrazados con sus medallas para gozo de los fotógrafos; hasta los boxeadores olvidan por unos segundos que se acaban de zurrar con saña para amagar un incómodo arrumaco entre guantes; y no hablemos ya de las reverencias marciales entre practicantes de esas artes. Apenas el fútbol se atreve a subvertir los protocolos con frecuencia y, cuando lo hace, más se reivindica como singular pero también menos como deporte.


Nunca es más evidente que en los finales de temporada, cuando se reparten los trofeos y otros éxitos menores. El Barcelona ganó la Liga anticipadamente y los jugadores del Athletic de Bilbao lo recibieron en San Mamés haciendo un pasillo al campeón. El gesto fue saludado por el público vasco con una tremenda pitada al equipo visitante. Puede parecer una falta de valores deportivos grosera, pero claro, no podemos pretender que la hinchada futbolera se comporte como los acomodados espectadores del hoyo 18 del Masters de Augusta. Ellos no consideran que McIlroy haya decidido fichar al caddie de Rahm usando un dinero apalancado en algún lugar y que haya hecho birdie en el 16 con ayuda de los árbitros.


El Deportivo, por su parte, ha completado el inevitable ejercicio de equilibrismo de fin de curso sorteando más iras propias que ajenas. Imagino al gestor de las redes blanquiazules silenciando las notificaciones en el mismo instante en el que publicó el tuit que saludaba la clasificación europea del Celta de Vigo y el campeonato del Barça. Más que un ejemplo de buena educación deportiva, una invocación a la tormenta. Es cosa de los tiempos, pero también de la cultura futbolística.


Desentrañar la compleja red de filias y fobias del deportivismo convalida un doctorado en geopolítica. Hay archirrivales tradicionales, clubes monopolísticos que merecen el desprecio de todas las demás hinchadas, otros que amparan aficionados a la cruz gamada, y algunos con los que arrastramos pleitos nunca resueltos. Con otros nos llevamos aparentemente bien porque se han compartido borracheras. Cada cual elige sus motivos para el aprecio. Yo, por ejemplo, no recuerdo una sola tarde de fútbol feliz para el Deportivo en Valladolid o Getafe pero sobre ellos no se ha pronunciado aún nuestro ministerio de asuntos exteriores.


En fin. Sobre el asunto de a quién y cuándo hay que dar la mano, opino a la francesa: Noblesse oblige. El dicho sostiene que hay que comportarse de una manera acorde a la posición de uno, y acorde a la reputación que uno se ha ganado. El Deportivo, a diferencia de la inmensa mayoría, detenta la posición de club campeón y la deportividad está en su nombre. Le obliga su nobleza. Las pequeñas alegrías ajenas están muy lejos de ensombrecer la dicha y el orgullo propio.

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