Es una cuestión de sentido común. Diría que hasta de empatía y, sobre todo, de respeto. Incluso los aristotélicos acérrimos de medios y fines, para los que el medio es la competición y el fin es ganar, deberían reflexionar y replantearse que, en ocasiones, no todo es ganar y, lo más importante, que hay formas y formas de ganar.
En algunas escuelas deportivas enseñan a los niños, desde bien pequeños, a saludar al rival, al árbitro e incluso al público tanto antes de empezar como al final de cada partido. La idea es que los jóvenes presenten y muestren los mismos valores independientemente del resultado: es tan importante saber ganar como saber perder. El respeto debe ser el mismo.
Aunque el marcador se ha hecho viral, prefiero no insistir con el nombre de los equipos. La situación, para quien todavía no la sepa, es que el partido en cuestión terminó en 31-1. Probablemente, el entrenador y las jugadoras del equipo ganador no golearon con la intención de humillar. Hasta puede que el entrenador y las jugadoras del equipo derrotado no se sientan humillados. No es un problema de tener la piel más o menos fina sino de sentido común.
Habrá quien le cargue el marrón a las Federaciones; que sean ellas las que eviten este tipo de resultados escandalosos. Puede que tengan parte de razón, lo ideal sería encontrar una fórmula mágica pero, mientras eso no sucede, ¿no deberían ser los propios clubes los que impongan sus propias normas éticas y decir ‘hasta aquí’?
El marcador al descanso era de 15-0. En los quince minutos de intermedio, ¿nadie pudo aconsejar a ese entrenador y a esas jugadoras? El partido estaba más que ganado. ¿Era necesario marcar otros 16 goles en la segunda parte? ¿De qué sirve marcar un gol cada tres minutos? ¿Qué significado tiene que una portera recoja el balón de su propia portería en 31 ocasiones?
Hay quien considera que humillar es dejar de atacar, que eso es vacilar al rival. Yo considero que cuando la diferencia de nivel en cuanto a habilidades es tan significativa debería cobrar mucha más importancia el respeto, el tan recurrente y a veces olvidado ‘Fair Play’. La empatía. Lo que no quieres para ti no lo quieras para mí.