La reciente Copa del Mundo deja varias lecturas que es necesario resaltar una vez acabada la competición.
En primer lugar, la desafortunada elección del país organizador. Como se ha dicho por activa y por pasiva -y así lo han denunciado las ONGs más prestigiosas del mundo en defensa de los derechos humanos-, en el emirato de Catar las mujeres carecen de los derechos más elementales, se restringe la libertad de expresión, se castiga la homosexualidad entre otras atrocidades que vulneran los derechos humanos.
Todo con el consentimiento de la FIFA y, según ha trascendido la pasada semana, con el apoyo implícito a su política de algunos miembros corruptos del Parlamento Europeo pagados por el emirato. Otra vez el dinero en el centro de las decisiones deportivas.
Mientras tanto, la FIFA se cruza de brazos y contempla impertérrito la acusación del gobierno de Irán -y posible condena de muerte- del futbolista de su selección Amir Nasr-Azadani por su defensa a los derechos de la mujer en su país. Sólo ha recibido el apoyo de la FIFPRO (Federación Internacional de Asociaciones de Futbolistas Profesionales) que declaró sentirse conmocionada y asqueada con esta situación. Infantino y el gobierno catarí guardaron un silencio cómplice en lugar de suspender el torneo y presionar a la autoridad iraní a suspender la condena.
En el apartado meramente deportivo se demostró la influencia decisiva que ejercen los líderes de los equipos en la consecución de los éxitos. Leo Messi, a quien se achacaba su falta de carácter con la albiceleste, fue el guía de una selección que por calidad no se encontraba entre los mejores. El mismo Mbappé no se escondió con la selección gala hasta forzar una prórroga y una tanda de penaltis en una final en donde fue inferior a los argentinos. Algo parecido ocurrió con Luka Modric, infatigable con la escuadra croata a sus 37 años.
La necesidad de un referente en el campo al que miren los jugadores en los momentos malos se ha demostrado definitiva en los torneos que se deciden en menos de un mes.
Sin embargo, la selección española apostó por un líder en el banquillo y no resultó del todo eficaz. Un técnico que dedicó parte importante de su tiempo a proyectar su persona a través de intervenciones en directo en internet -está en su derecho- pero que tras un inicio fulgurante se quedó sin soluciones para solventar el resto de partidos. Eso sí, sin renunciar a un sistema de “toque” que se ha quedado trasnochado o sin intérpretes adecuados en el césped.