Muchos creían que con la llegada de la tecnología al deporte el error cero en las decisiones arbitrales iba a ser una realidad. Sin embargo el remedio ha sido peor que la enfermedad y algunos tratan de agitar la polémica para tapar equivocaciones propias que impiden conseguir la victoria en los encuentros programados.
No obstante, a veces las situaciones no las provoca uno y eso es lo peor que puede suceder al depender el resultado final de una persona sin ser ésta parte activa del juego. Lo pernicioso de estas conductas no es la derrota del partido, que también, es la pérdida de unos puntos que sin ellos impedirán cumplir los objetivos marcados.
Es comprensible argumentar que “el error cero es algo imposible de alcanzar”, pero los organizadores de los torneos deben ser conscientes de los daños causados por los fallos de estas decisiones al tener un coste elevado para los que las sufren. Pero poco importa ya que las medidas para subsanar dichas equivocaciones no suelen estar en concordancia a la competición programada, provocando un desatino mayor.