Cada vez que se da una jugada como la protagonizada el lunes en Castalia por Mella, Vertrouwd, Milla Alvendiz y Lax Franco, una parte de los aficionados al fútbol claman exaltados para reclamar la extinción del VAR. Ese invento del diablo que ha venido para cargarse el fútbol en lugar de ayudar a los protagonistas y por el camino hacer un juego más justo.
No puedo evitar entonces recordar la última vez que estuve de mudanza y quise colgar un cuadro en la pared de mi nueva casa. El vecino me cedió amablemente su taladro de última generación pensando que, quizá, la sofisticación de la herramienta podría compensar mis dudosas capacidades con el bricolaje. El cuadro terminó en el suelo y la pared con varios agujeros que me dejaron al borde de reacondicionar salón y cocina en una única estancia. Como muchos de esos seguidores, mi vecino se mostró igual de comprensivo. Cierto es que no se trataba de su pared. Amablemente se disculpó por no avisarme de la complejidad del manejo de una máquina de tal calibre, lamentando incluso los excesivos avances y los problemas que generaban brocas, baterías y demás especificaciones que a un servidor le sonaban a ingeniería espacial.
Fue en ese momento cuando yo, que tengo de honesto todo lo que me falta de ‘manitas’, le agradecí el préstamo y también sus buenas palabras con una frase que últimamente estoy repitiendo demasiado y pocas veces en un ambiente de reparaciones domésticas. “No se equivoque, amigo, la culpa no es del taladro”.