En la quinta jornada de la liga de Segunda División de hace cinco años el Deportivo había sumado cuatro puntos de quince tras ganar un partido, empatar otro y perder tres, dos de ellos fuera de casa. Ha pasado un lustro y estamos en las mismas. Al menos los que antes tenían el gatillo fácil ahora ya están más calmados. Aquel año el Deportivo se encaminó hacia el abismo, pero no necesariamente deben de replicarse los desastres, así que seamos optimistas. “Las cosas van a salir bien, hacedme caso”, asegura Lucas Pérez. Y si hay una deidad en mi credo deportivista esa ha salido de Monelos, como antes llegaron otras de Carreira e incluso antes una de Esteiro (Muros).
Este martes me encontré al siete deportivista justo en la puerta de Radio Coruña. Como es rápido y vivo como un rayo enseguida entendió que me dirigía a una de esas tertulias que tanto le gustan a los futbolistas. “¿Qué, a rajar?”, me inquirió”. “Por supuesto”, le contesté. Con cuatro puntos de quince, tres goles a favor, sesenta remates (el equipo que más intenta en la categoría) y tres goles en cinco partidos quizás alguna crítica se puede esbozar. Otra cosa es saber hacerlo. Siempre fui muy de charla radiofónica. Cuando estaba lejos de ser un boomer, me gustaba una que se emitía los sábados por la noche en Antena 3 Radio (93.4 FM en los noventa). La moderaba José Luis Garci y en ella siempre estaba Santiago Amón, que para mí era algo así como un genio del renacimiento, un tipo que hablaba y sabía de todo, por supuesto también de fútbol. Si además se apuntaba Pumares aquello ya era jauja. El gran valor de aquel espacio radiofónico es que lo que ofrecía era una conversación, una charleta. Sí, es una batallita de boomer. Hoy florecen las tertulias futbolera, que son otra cosa: un entretenimiento en el que debes colocar ideas en ventanas de tiempo escasas y entrecortadas. Hay que valer. Con todo, a pesar de que pretendidamente nadie en el mundo del fútbol las escucha sus efectos son notorios si allí se cuenta algo que incomode. El caso es que yo iba tan tranquilo a rajar y Lucas consiguió, con su sutil regate en el portal, llevarme hacia el otro lado. “Ganamos seguro, ya lo verás”. Y me sentí aliviado. Subí a la radio en medio de un balsámico relajo en el que sigo sumergido: vamos a ganar.
Necesitamos ese triunfo. Porque el Deportivo tiene que sumar y porque hay una cuenta pendiente con el Albacete. Porque en aquellas cinco primeras jornadas con Anquela en las que tener cuatro puntos en quince partidos parecía una hecatombe (en realidad lo era) también estaba el Albacete por medio. No me olvido: el Dépor mereció vencer el partido que les enfrentó en Riazor, pero lo perdió después de que el VAR, entonces una herramienta en desarrollo, alertase sobre un penalti que hoy no se señalaría, una mano involuntaria de David Simón. Cuando la pelota entró en la portería y golpeó la red brotaron de inmediato gritos contra la directiva, la de Paco Zas. Al margen del devenir posterior, que nadie imaginaba (o sí: estamos rodeados de listos) me pareció tremendamente injusto no con los del palco sino con el propio equipo.
Eran otros tiempos. Ahora hay quien mira hacia el entrenador, que es siempre un culpable universal, pero sobre todo da la sensación de que a nivel colectivo se ha aprendido una lección. El deportivismo, quiero pensarlo, ha cambiado mucho en cinco años de penitencia. Tenemos un callo que nos invita a relativizar. También puede ser, me lo dicen a diario, que soy un buenista radical. Pero quiero ganarle al Albacete. Y tengo dudas, siempre dudo… Pero si Lucas me dice que ganamos seguro, me lo creo. Y ni siquiera hacía falta que me lo cruzase: si sale, como lo hizo, en rueda de prensa y dice que esto lo van a sacar adelante me lo creo. Porque el fútbol es una cuestión de fe. Y yo sigo siendo un creyente.