El Deportivo inició en los últimos años la acertada política de apostar decididamente por su cantera. Y no hablo únicamente de las oportunidades en el primer equipo, que hay que ganárselas, sino de invertir en instalaciones y años de contrato para competir con los gigantes del panorama futbolístico internacional tratando de retener el talento de casa. Eso se ha traducido en que los Yeremay, Mella, Barcia, Diego Gómez, Rubén y un largo etcétera de deportivistas han recibido la confianza del club de sus vidas. El respaldo para tener la tranquilidad necesaria y centrarse en hacer lo que mejor saben.
Con esto sobre la mesa, la pregunta que uno se haces es por qué ese mismo y acertado trato no se le da a otro canterano. A otro deportivista que, aunque por edad podría ser el padre de todos los citados anteriormente, ha llevado siempre el blanquiazul por bandera y ha demostrado su valía en todas y cada una de las etapas que ha tenido en el club. Primero en el experimento efímero en el Laracha, luego llevando a la gloria al Juvenil y posteriormente ascendiendo al Fabril. Incluso su salto al primer equipo se dio bajo las premisas de cualquier joven talento que lleva tiempo tratando de derribar la puerta. Esta no cede hasta que el incendio en el interior amenaza con reducirlo todo a cenizas.
No vayan a pensar que uno es tan inocente como para pretender que los contratos, la confianza y, sobre todo, el rendimiento con el que se juzga el trabajo de los entrenadores es similar al de los futbolistas. El banquillo siempre estará mucho más sometido a la dictadura del resultado que el césped, aunque en muchas ocasiones se ponga en el centro de la diana por ser la solución fácil, que no la correcta. En todo caso, el Deportivo tiene ante sí con Óscar Gilsanz la oportunidad de entregarle un proyecto de la casa a un entrenador de la casa que, además, en sus primeros meses en el fútbol profesional ha demostrado que el reto no le queda grande. Y, lo que es mejor, ha conseguido hacerlo sin dejar de lado la seña de identidad que siempre han acompañado a su talento y trabajo: la normalidad.
El club se ha propuesto un plan a cuatro años para volver a la máxima categoría y sería ingenuo creer que ni el Dépor, ni prácticamente cualquiera, extendería un cheque de este tamaño a un entrenador. A cualquier entrenador. Pero entre ese máximo y el mínimo de no haber movido pieza cuando faltan poco más de tres meses para que su vinculación expire, hay una escala de grises. Si no solo por la gran labor y resultados que está consiguiendo al frente del equipo, quizá por ese guiño a alguien que lo siente como el más canterano.