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Después de unos cuantos días del partido de Balaídos continúa la agitación por los acontecimientos ocurridos. A pesar de las provocaciones de algún jugador del filial céltico -¿qué clase de persona vas a ser de mayor, Gabriel Veiga, si ya con 19 añitos eres como eres?-, la mayoría de los jugadores tanto del equipo vigués como del coruñés trataron de separar a los más agresivos. Y en este campo también hay que condenar severamente a William de Camargo, que empleó un arma de lo más abyecta que un deportista puede emplear en un campo de fútbol: el escupitajo. Creo que todavía no ha pedido perdón a los aficionados, a todos, porque esa actitud es reprobable al máximo y debería ser sancionado por ella.

No he visto mucho esta temporada al Deportivo, pero no lo vi tan mal como dicen algunos. Salvo algún despiste al inicio, el resto de la confrontación llevó la iniciativa, tuvo las ocasiones de gol y pudo haber ganado perfectamente de no haber ocurrido la expulsión de Quiles. Lo que extrañó fue la renuncia a la victoria cuando los blanquiazules se quedaron con diez hombres, cuando el entrenador había avisado, por activa y por pasiva, que había que ganar todos los partidos hasta el final. Pues fue este último cuarto de hora el único en el que el equipo local se mostró superior a su rival.

Otra cosa diferente fue el comportamiento del público y la organización del dispositivo de seguridad. Menos mal que el partido era de “alto riesgo”, porque de lo contrario no se hubiera visto un solo policía. La invasión pilló desprevenido a todo el mundo y la conclusión es que los que mandan las fuerzas de seguridad tienen que ensayar más estas situaciones. De momento no se sabe de ninguna dimisión por incompetencia.

Por otra parte, hace un par de días el Celta –para calentar el ambiente- hizo público un video de un partido contra el Real Madrid, de hace ¡ocho años!, en el que Cristiano Ronaldo se tiraba en el área viguesa y el árbitro pitaba penalti. Seguramente, el prepotente dirigente céltico y los que lo rodean se sentirán orgullosos de su actuación. Francamente, no imagino a Antonio Couceiro, persona correcta y educada, dando la orden de sacar imágenes como esas porque hay gente de distinta altura moral.

Y, finalmente, capítulo de autocrítica para nosotros y nuestra profesión. Se entiende que los objetivos que algunos entes se marcan están por encima incluso de la realidad, pero, a veces, tratar de ocultarla es muy difícil. Seguimos “construyendo” Galicia, pero no desde la mentira

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