De coger la raqueta y aprender a jugar en sus veranos en Canabal (Mera) a ganar la primera edición del US Open de pádel y estar a un paso del mayor circuito profesional a nivel mundial. La historia vital de Carla Rodríguez (A Coruña, 1997) es curiosa y ha dado muchas vueltas, pero siempre con el deporte como hilo conductor. Ella es coruñesa, vive en Dinamarca y juega internacionalmente con la selección de Estados Unidos ya que de padre de aquí y madre americana (de origen coruñés también), dispone de la doble nacionalidad. También jugó al fútbol y al voleibol, pero fue el pádel el que finalmente ganó la partida. Recuperándose de una lesión, pasa unos días en la ciudad mientras prepara un 2025 que espera que sea el del gran asalto: “El objetivo es quedar número uno del ranking americano y lograr puntos para el año que viene jugar el circuito Premier”.
La temporada tenía que haber empezado hace un par de semanas, pero unos problemas físicos después de disputar el Campeonato del Mundo el pasado mes de noviembre con Estados Unidos están retrasando su debut. Mientras, aprovecha para estar unos días en casa, en un hogar del que no disfruta tanto como le gustaría con su residencia fijada en Copenhague y que prevé que tampoco pisará mucho en un año en el que estará casi siempre entre Dinamarca y Miami. Aquí recupera cuerpo y alma y echa la vista atrás hacia unos orígenes que le llevan siempre de vuelta al club de Canabal.
“La casa de mi abuela está al lado”, recuerda, “y nosotros nos pasábamos los tres meses de verano allí metidos”. Era la época de principios de los 2000, cuando se produjo el boom del pádel en España. “Mis padres empezaron a jugar y nosotros estábamos por allí haciendo un poco lo que nos apetecía, si queríamos cogíamos la raqueta y jugábamos y si no, no”, continúa. “Éramos un grupo de niños muy grande y Ronald [Álvarez], el dueño del club, nos juntó a un grupo de cinco, en el que había cuatro niños mayores que yo y yo era la única niña, y nos empezó a dar clase”.
Tenía nueve años y se pasó los seis siguientes de competición en competición a nivel nacional, llegando a situarse como número tres del ranking español de menores, en el que ya jugaba contra la que es la actual número uno de la clasificación mundial, Ari Sánchez. También llamó la atención de Estados Unidos, que la convocó para participar en un Campeonato del Mundo de categorías inferiores. Aunque el pádel no monopolizaba su tiempo y aún le quedaba para jugar al voleibol y al fútbol sala en el colegio, el Liceo (salvo un año que estuvo en el Zalaeta junto a su hermana Antía), y al fútbol en el Marino de Mera. “Algunos fines de semana eran un auténtico maratón”, se ríe.
Cuando tenía 15 años, sin embargo, otro tren se cruzó en su camino. “Me dieron la beca de Amancio Ortega para ir a estudiar a Estados Unidos y estuve allí dos años viviendo con una familia en Atlanta y haciendo Primero y Segundo de Bachiller”, dice. Coincidió que su hermana también se iba para allí, a la Universidad de Tampa, en Florida, por lo que recorrían el camino inverso que había hecho años atrás su madre, hija de coruñeses emigrados a Nueva Jersey y que volvían a casa cada verano. En uno de esos conoció al que sería su marido y cuando terminó sus estudios decidió volver, instalarse en la tierra de sus antepasados y formar una familia. “Mi madre y sus hermanos nacieron y se criaron allí, pero si la oyes, habla perfectamente castellano y gallego y perfectamente en americano”, afirma.
El pádel no era un deporte todavía demasiado popular en Estados Unidos así que desde los 15 a los 23 años (su estancia se prolongó también durante la etapa universitaria) estuvo sin jugar salvo cuando venía en verano, de nuevo con Canabal como escenario de sus reencuentros con la raqueta. Eso sí, retomó el fútbol, fichando por el equipo de División 1 de la Universidad de Florida del Sur. “En ese tiempo, aunque ya no estaba jugando profesionalmente, en 2018 jugué el Mundial con Estados Unidos y después, cuando me gradué en 2019, volví a Europa y un poco por casualidades de la vida, porque mi novio es mitad americano, mitad danés, terminé viviendo en Dinamarca”.
Allí le tocó vivir de cerca, como le había pasado en España a principios de los 2000, el boom del pádel en el país nórdico. Por lo que le fue casi imposible que no le volviera a entrar el gusanillo. En 2021 se trasladó definitivamente a Copenhague, donde se enroló en la MoveYourGame Elite Academy y empezó a competir de nuevo. El año pasado acabó como líder tanto del circuito danés como del sueco junto a Linnea Björk, mientras que en Estados Unidos tuvo como pareja a Brittany Dubins. Fue con ella con la que conquistó la primera edición del US Open. “Estuvo muy bien porque nos dieron igual que hacen en el tenis la copa y pusieron nuestros nombres en la madera y quedarán allí para siempre”, apunta. Aunque también tenía un componente emocional: “Mi madre había crecido muy cerca de Nueva York así que para mí fue como ganar en casa”.
Con Dubins es con quien también competirá a lo largo de este 2025. “La idea es centrarme mucho más en competir en Estados Unidos, por lo que pasaré mucho tiempo allí entre entrenamientos y torneos”, comenta. Tiene muy claro su objetivo. “Es quedar número uno del ranking americano, competir allí lo que es el circuito nacional y quedar entre las 100 primeras en el ranking internacional. La idea es jugar un mínimo de siete torneos del circuito americano y luego, a nivel del circuito internacional, que son dos que van un poco a la par, entre 18 y 20”, añade. Todo esto le ayudaría a entrar en el circuito Premier, sucesor del desaparecido World Padel Tour. “Cambia un poco la estructura porque los cuadros son cerrados. Entonces hay que sumar puntos en los torneos FIP y acabar en una posición que me deje entrar en el Premier”. De Canabal para el mundo.