Primero jugador, después entrenador, el vínculo de Victor Sánchez del Amo (Madrid, 1976) con el Deportivo es indudable. Y todo nació en el verano de 1999, cuando el equipo buscaba soluciones para el flanco derecho. Víctor acaba de firmar una campaña extraordinaria en el Racing, su primera experiencia lejos del Real Madrid, la casa en la que se había forjado desde que tenía once años y en la que llegó a asentarse en el primer equipo con Fabio Capello, técnico al que le había entrado por el ojo. Menos contó para Jupp Heynckes, pero al menos estuvo en la plantilla que alzó la Séptima, la Copa de Europa más deseada por el madridismo. Tras esa epopeya aceptó la oferta para reconducir en Santander su carrera futbolística.
La decisión fue un éxito. Del Víctor que se mostró en el Real Madrid se conocía su capacidad para ir y venir por la banda derecha y su buen pie tanto para combinar como para sacar centros. En el Bernabéu gustaba su estampa, que en algunos aspectos recordaba a la de Míchel. También despertaba menos filias y fobias que el mítico ocho blanco. En Santander demostró que aún dominaba más registros, por ejemplo el del gol. En los diez últimos partidos de Liga con los cántabros anotó cinco goles y acabó el curso como máximo goleador del equipo, así que llegó al mercado como una pieza codiciada. Y ahí estaba el Deportivo.
Victor, con apenas 23 años, quería crecer. “Aquí podré volver a jugar para ganar”, explicó a su llegada a A Coruña. “Estoy orgulloso de que me haya llamado un equipo como el Deportivo y me ofreciese un contrato tan largo”. Eran seis temporadas y una cláusula de 10.000 millones de pesetas. Al final, Víctor jugó siete campañas en A Coruña, incluida una última en la que estuvo a un paso de irse al Liverpool en el mercado de enero. Al final, con la carta de libertad en la mano, acabó en el Panathinaikos.
Jugó mucho y bien en el Deportivo, aunque en su primer año, el que acabó en la fuente de Cuatro Caminos, le costó convencer a Irureta de que debía acabar los partidos. En las siete primeras jornadas siempre estuvo entre los jugadores sustituidos. En el global, de 34 titularidades Víctor apenas completó once veces los noventa minutos. Marcó cuatro goles.
Se afincó en el flanco diestro, aunque mientras Fran se recuperaba de su lesión también le encomendaron de manera puntual trabajar por la izquierda. Rendía mucho mejor a pierna natural, excelente en el entendimiento con Manuel Pablo. Era un futbolista fino y vertical, con una cierta llegada que siempre garantizaba una cuota realizadora. Buen pie para centrar y con el paso de los años un mayor sentido táctico que con el tiempo le convirtió en entrenador, entre otros destinos también en A Coruña. Cuando le tocó sentarse en el banquillo de Riazor lo hizo tras apelar a las emociones que él había vivido. “Quiero que mis jugadores sientan lo que yo he sentido en este campo”, advirtió nada más regresar.
En la temporada del título fue a más con el paso de las jornadas y se convirtió en decisivo al botar aquel saque de esquina que Donato cabeceó a la red para encarrilar el último triunfo.