Esta semana asistimos con estupefacción al anuncio del regreso de Luis Enrique y a la marcha de Robert Moreno, su segundo y amigo durante una década, que no estará en su cuerpo técnico Las formas, tanto de Rubiales, el presidente de la RFEF, como de Molina, director deportivo de la RFEF, cuanto menos, cuestionables. Cruce de acusaciones, dejando al ya exseleccionador al pie de los caballos, este amenazando con contar su versión en un comunicado en el que, al final, ha evitado entrar en polémicas.
La controversia está servida en cuanto a los motivos por los que no continúa: una supuesta parte de empatía por su parte cuando se produjo el fallecimiento de la hija de Lucho, deslealtad con él añadían algunos… Ante estas acusaciones Moreno guarda silencio, aunque su entorno cercano reconocía que estaba dolido.
Demasiados interrogantes para una salida extraña por las formas, por el escenario en el que se produce y en la que han sobrado reproches y ha faltado gratitud por parte de los que manden. Es lo que hay. Los entrenadores son, la gran mayoría de las veces, sino siempre, la última mona.
A no ser que, por ejemplo, te llames José Mourinho y puedas decir con total suficiencia que nunca entrenarás al Tottenham para acabar dirigiéndolo siendo, además, uno de los diez técnicos mejor pagados.
Pero, en la mayoría de los casos, ante el mínimo atisbo de problema todas las miradas se dirigen al banquillo, principio y fin de todos los males. Ya estamos viendo que no es así o sino que se lo pregunten al Deportivo, que va camino de un récord Guinnes, si no lo ha conseguido ya.
Les va en el sueldo que los critiquen y los silben, ya lo decía Luis César Sampedro, pero las malas formas muchas veces de las directivas y los presidentes, de clubes tanto los más grandes como los más pequeños, provocan sonrojo.
Hay mandatarios que disfruten con esa pequeña cuota de poder que les otorga el cargo y se dedican a dictar normas e imponer decretos ley: qué jugadores juegan, cuándo, cuánto…
No es ciencia ficción y muchas veces estamos hablando de categorías amateur. Las mismas en las que algunos padres, segundos o incluso primeros entrenadores de sus hijos, marcan las directrices y luego se enzarzan en vergonzosas grescas con otros progenitores para llenar minutos en la tele. Por fortuna, el deporte no es eso, pero en la era de la información que se consume como palomitas en el cine, lo que vende es el morbo.
Mientras tanto, en ese escalón, en el último, el más bajo, el que debería ser el fuerte pero que termina siendo débil, en la soledad del técnico, entre vientos y mareas, la derrota es solo suya y los triunfos únicamente de los jugadores. .