El lunes concluye la temporada más nefasta para el club de fútbol más laureado de Galicia. El Deportivo ya no depende de sí mismo para seguir o no en el fútbol profesional español, tendrá que jugar mirando de reojo a lo que haga el Lugo en su campo y el Albacete en Cádiz. Es tremendamente doloroso tener que desear la derrota de otros adversarios para salvarse, después de que en las tres últimas jornadas el equipo de Fernando Vázquez se arrastrara y diera realmente pena verlo jugar tirando a la basura la espectacular reacción después de haber estado en la cola de la categoría. 

Lamentablemente el deportivismo ya no se fía de su equipo. Para salvarse, el Depor necesita ganar mañana en Riazor al Fuenlabrada y que pinche el Lugo o Albacete, además de una carambola de un triple empate siempre y siempre que no gane el Numancia su partido ante el Tenerife. Son cábalas, las cuentas de la lechera que no siver absolutamente nada si el equipo hubiera cumplido con su papel y haber dado el nivel que se esperaba del sexto presupuesto de la categoría. Todo lo contrario, una temporada  que devoró a tres entrenadores y a un Consejo de Administración entero.

Pero el cabreo de los seguidores blanquiazules ante semejante despropósito en gestión, planificación y de equipo, entre otras muchas cosas, queda relegado a un segundo plano. Ahora habrá que desear que mañana ante el Fuenlabrada logren la victoria y esperar que alguien nos haga el favor de “tumbar” a cualquiera de los adversarios que compiten por salvarse del descenso. La culpabilidad de la situación habrá que repartirlas entre muchos actores, pero los que ganan y pierden partidos solamente son aquellos que se enfundan la camiseta y los que toman las decisiones en la banda. Está claro que ninguno parece haber hecho bien su trabajo a la vista de la vergüenza ajena que dieron en las tres últimas jornadas. Esa es la triste realidad.