Serán sus sextos Juegos Olímpicos, la primera española que lo logra. La canguesa Teresa Portela, de 37 años, logró el pasado sábado la medalla de bronce en el Mundial de Szeged, lo que le dio el billete para Tokio 2020. 

Un hito para una luchadora, que no podía contener la lógica emoción de lo que acababa de lograr y que pensaba en tratar de disfrutar de ese momento, pero inevitablemente ya vislumbraba en el horizonte el reto de los Juegos. Su palmarés es increíble: quince medallas en los Campeonatos del Mundo de piragüismo, dieciocho en Campeonatos de Europa y cinco diplomas olímpicos, para una deportista que  ha reventado el techo de cristal, rebelándose contra ese hándicap que por desgracia padecen las mujeres deportistas que deciden ser madres.

En tiempos en los que hace falta explicar que la falta de ayudas y de conciliación explican mucho la baja natalidad de este país, una deportista de élite lo tiene también complicado. Muchas de ellas, como se denunció en el pasado, sufren presiones cuando firman contratos con cláusulas abusivas en el caso de que se queden embarazadas.

Solo ellas saben la lucha que acarrea el tener que retirarse temporalmente después de tener un hijo y volver después y competir igual o incluso mejor. Los momentos sacrificados por la familia para poder hacer frente a los sueños que aún les quedan por cumplir como deportistas. Unos sueños que empezaron para Portela en Sydney 2000 y siguieron en Atenas, Pekín, Londres y Río de Janeiro. 

El círculo podría cerrarse ahora en Tokio para Teresa, que abrazaba a su hija Naira y su pareja, David Mascato, subcampeón del mundo de C2 en 2001 y cuarto en los Juegos de Sydney, al lograr el metal en Szeged.

Naira nació en 2014 y Teresa volvió a la competición en 2015. Diecisiete meses después. Y quedó tercera en el Mundial de aguas tranquilas. Veintiocho años lleva remando y con idéntica ilusión y una máxima: marcarse retos para superarse a sí misma. El siguiente comienza dentro de menos de un año, el viernes 24 de julio 2020.