No hay dinero como antaño. Estábamos acostumbrados a vivir por encima de nuestras posibilidades, así que el Depor era un equipo apetecible para cualquier futbolista porque se pagaba en condiciones y lo que se pedía en contrato. Cierto que luego había sus más y sus menos con los abonos, que casi todos acababan en reclamaciones judiciales. Pero era lo que tocaba en aquella época, la Administración permitía que los clubes se endeudaran hasta las cejas, incluso hubo un rescate económico. En una palabra, se gastaba lo que no se tenía. Así que recuerdo a Jabo Irureta en las tradicionales concentraciones de Vilalba con cuarenta y cinco futbolistas del máximo nivel, mientras en la Plaza de Pontevedra se trabaja para ‘recolocar’ el excedente. Una situación muy complicada porque aquí se cobraba a base de bien y los futbolistas vivían a cuerpo de rey en una ciudad en la que se les consideraba como ídolos.

Pero todo aquello es historia, además de la buena. Se ganaron títulos y otros equipos con la misma gestión que el Depor corrieron peor suerte. Pero nada es para siempre, así que la crisis también azotó al balompié y comenzaron los controles. Los clubes comenzaron a tener severas auditorías económicas y desnudaron la realidad de cada uno de ellos. Muchos pasaron la tijera para controlar las deudas y otros, los más, tuvieron que dejarse querer por los concursos de acreedores para poner orden a su precaria situación económica.

El Depor fue uno de ellos. Hasta Lendoiro firmó el concurso reconociendo la deuda millonaria. Y con ella estamos. La primera consecuencia, como es lógico, es que los ingresos deben repartirse, una parte para pagar la factura de años anteriores y la otra para confeccionar la plantilla. Es decir, que hay menos dinero para fichar y eso repercute en la calidad futbolística del conjunto. Ello se refleja en los terrenos de juego al ser la actual realidad de los blanquiazules.